23 nov. 2010


Goldman Sachs, emblema de la especulación financiera

por Ibrahim Warde
 Un inmigrante judío bávaro, Marcus Goldman, luego asociado a su yerno, Samuel Sachs, echó las bases en 1869, en Nueva York, de lo que con el correr del tiempo se convertiría en uno de los bancos más poderosos del mundo. Guiado durante su larga etapa fundacional y de consolidación por los principios tradicionales de la gestión financiera –prudencia, sensatez, apuesta por el largo plazo y respeto a la palabra empeñada–, con la orgía desreguladora desatada en la década de 1980 Goldman Sachs multiplicó sus beneficios de manera asombrosa, mientras se entregaba con desenfreno a las formas más extremas de la especulación, hacía añicos sus antiguos mandamientos morales e incursionaba en todo tipo de negocios oscuros, hasta convertirse en uno de los mayores taumaturgos del actual cataclismo económico mundial.
El 15 de julio pasado el Senado estadounidense aprobó lo que se ha convenido en llamar “la más amplia reforma del sector financiero estadounidense jamás operada desde la Gran Depresión”. La ley, más modesta que el proyecto inicial de Barack Obama, representa un éxito político del Presidente quien, tomando la delantera frente a un lobby bancario debilitado por la crisis, también supo aprovechar el affaire Goldman Sachs, con su contenido de revelaciones sobre los usos y costumbres de Wall Street.
El mismo día en que la ley bancaria, conocida con el título de “Dodd-Frank” (por el nombre de los representantes demócratas Christopher Dodd y Barney Frank), fue sancionada por el Senado, se produjo otro hecho que resultó casi eclipsado: el acuerdo entre la agencia federal que es el “gendarme de la Bolsa”, la Securities and Exchange Commission (SEC), y Goldman Sachs. Gracias a una multa de 550 millones de dólares, el banco de inversión evitó un juicio por fraude relativo a un producto financiero, Abacus, que le había permitido precaverse contra la caída de las obligaciones vinculadas al sector inmobiliario en el mismo momento en que incitaba a sus clientes a invertir en ese mercado… La SEC, criticada durante mucho tiempo por su pasividad, ahora podía jactarse de
un golpe de efecto. Y Goldman Sachs demostró la extensión de su habilidad política: reconoció “errores“ en la comercialización del producto, sin que esos errores pusieran en cuestión al equipo dirigente. En suma, el banco de negocios pudo dejar de preocuparse por el tema. Aunque aparentemente importante, la multa sólo constituye el equivalente a dos semanas de sus ganancias. Y el 3% del total de primas que distribuyó en 2009.
Esta destreza para jugar con el poder –o para reírse de él– no debería sorprender. Desde el comienzo de los años 1990, una carrera política de primer nivel constituyó el coronamiento lógico para cualquier ejecutivo de Goldman Sachs (ver “Los hombres...”).
La consanguinidad con el mundo político explica la participación del banco en las grandes maniobras financieras, ya que ha tenido un papel tan central como ambiguo en el asunto de las hipotecas subprimes y del salvataje de los bancos; ayudó a Grecia a maquillar sus cuentas, precipitando la crisis del euro; también habría provocado, especulando con las materias primas, un alza artificial de los precios del petróleo. Por otro lado, entre años buenos y malos fue capaz de conseguir ganancias considerables, incluso después del estallido de las burbujas a las que contribuyó fuertemente a inflar. Los abundantes ingresos de los mejores años no sorprendían. Pero, después del derrumbe del castillo de naipes y la purga que le siguió, los ingresos de los años peores terminaron por ofender a la opinión pública, que se preguntó si la desgracia de las (muy numerosas) víctimas del estallido de las burbujas contribuiría a la buena suerte de Goldman Sachs.

Orígenes metódicos y prudentes

La empresa, fundada en 1869 por Marcus Goldman, un inmigrante judío bávaro a quien rápidamente siguió su yerno Samuel Sachs, especializada al principio en el corretaje de “papeles comerciales” (toma de préstamos a corto plazo emitidos por empresas), estuvo durante largo tiempo fuera del establishment financiero, casi enteramente wasp (white, anglo-saxon and protestant: blanco, anglosajón y protestante). Duramente afectada por la crisis de 1929, recién vivió un verdadero auge después de la Segunda Guerra Mundial; en 1956, el banco de inversión tuvo un papel crucial en la introducción a la Bolsa de la automotriz Ford. De a poco, fue adquiriendo una reputación envidiable, tanto por su profesionalismo como por la capacidad de trabajo de sus equipos, muy unidos e impregnados de una fuerte cultura de empresa. Dominada por financistas a la antigua como Sidney Weinberg o Gus Levy, lentamente se impuso la asociación con el establishment tradicional, hasta fundirse con él.
Goldman Sachs siguió siendo, sin embargo, diferente de sus competidores. El banco era conocido por ser metódico y prudente, y por no participar nunca en operaciones de toma de intereses “hostiles”. Una de sus divisas –festina lente (apresúrate lentamente)– le valió el sobrenombre de “tortuga”. Contrariamente a algunos de sus competidores, evitó los gastos suntuarios. Para exhibir claramente que el dinero no debe ser el único motor de las tropas, sus cuadros cobran menos que los de la competencia, de donde proviene una relativa “frugalidad”. Otra de sus divisas –long-term greedy (la avidez orientada a largo plazo)– le impone un enfoque paciente de la inversión, lo que supone que sabe aceptar sacrificios financieros, siempre que eso le asegure una fidelidad sin fallas de sus clientes. La cultura de la empresa se expresa en los célebres “catorce mandatos”. El séptimo explica precisamente: “No hay lugar entre nosotros para aquellos que pongan sus propios intereses por delante de los de la empresa y de los clientes”. En el muy cerrado club de los bancos de negocios, los códigos deontológicos y el respeto a la palabra dada todavía contaban (1).
Todos estos hermosos principios se fueron deteriorando progresivamente con la desregulación financiera de los años 1980. El criterio supremo llegó a ser el de una rentabilidad cada vez más grande, que no podía lograrse más que al precio de métodos dudosos: efecto de palanca (compra especulativa financiada con endeudamiento) peligrosamente elevado; desvío respecto de algunas reglas que perduraban, e innovaciones a toda velocidad (2). En este período se inician la consanguinidad con el poder (aun cuando el discurso oficial sigue invocando al mercado para todo), la internacionalización y la loca carrera por las ganancias (3).

De “tortuga” a “pulpo”

De manera lenta pero segura, la “tortuga” se convirtió en un “pulpo” que pensaba en reescribir las reglas de las finanzas –que permitirían casi todo– para su propia ventaja. En el extranjero recluta dentro de la elite político-financiera consejeros a precio de oro para ayudarlo a sacar provecho de la ola de desregulaciones y de privatizaciones. En Francia, por ejemplo, la elección del banco recae en Jacques Mayoux, inspector de finanzas y antes presidente de la Société Générale, director general de la Caja Nacional de Crédito Agrícola y presidente de Sacilor. Charles de Croisset, inspector de finanzas, ex presidente del Crédit Commercial de France (CCF), administrador de Bouygues, Renault, LVMH y Thales, fue su sucesor.
Otro gran cambio se produjo en 1999. Goldman Sachs pasó del estatuto de asociación al de empresa que cotiza en Bolsa (4). “La Firma”, hasta ayer una sociedad de personas en comandita –cuyo capital y beneficios pertenecían a asociados responsables que, con sus bienes propios, respondían por los riesgos tomados por la empresa, en la cual, por otro lado, se suponía que reinvertían la parte principal de sus beneficios–, se convirtió en una “sociedad pública” (cuyo valor “establecido por el mercado” era de 3.600 millones de dólares), y los 221 socios de Goldman Sachs, poseedores del 48% del capital, embolsaban en promedio 63 millones de dólares cada uno (5)… Se había terminado con la disciplina financiera y la avidez “a largo plazo”. A la hora de la financiarización, el éxito se cuenta por la cantidad de dólares generados balance tras balance. Goldman Sachs está a la cabeza de los bancos de Wall Street en rentabilidad (13.400 millones de dólares de resultado neto en 2009). Y muestra sin pudor los bonus que reciben sus empleados.
En el casino financiero, el banco cumple varios papeles: el del croupier que se gana una comisión sobre todas las transacciones, y el del consejero que, contra dinero contante y sonante, elabora estrategias y provee información a sus clientes: gobiernos, inversores institucionales o arriesgados inveterados como los hedge funds (fondos especulativos). Sus analistas y economistas se cuentan entre los más escuchados del planeta, y sus declaraciones influyen con frecuencia sobre el curso de las cosas. Pero, en la mesa de juego, Goldman Sachs aparece sobre todo como el jugador que conoce las cartas de todos los demás jugadores: él es quien coloca las apuestas, además de las suyas propias…

Supermercado de negocios

En efecto, el grueso de los beneficios de la firma proviene del trading con fondos propios. El banco coloca sus capitales propios en todos los mercados financieros, en el sector inmobiliario y en la búsqueda de financiamiento para sociedades de fuerte potencial. Por otra parte, desde la adquisición de J. Aron & Company en 1981, se convirtió en un peso pesado en el mercado de materias primas, y por eso tiene influencia, conscientemente o no, sobre la salud económica de los productores y consumidores del mundo entero. No se le escapan ni las oportunidades ligadas al mercado petrolero ni las que preservan el recalentamiento climático. Y tampoco la mina de oro de los “créditos de carbono” (6).
Los conflictos de intereses son inherentes a este supermercado de las finanzas que ofrece toda una gama de servicios, a la vez que busca permanentemente maximizar su rentabilidad. El asunto Abacus, desencadenado por los mensajes electrónicos indiscretos del corredor de bolsa francés Fabrice Tourre, es un ejemplo de ello. Goldman Sachs fue acusado por la SEC de haber engañado a sus clientes al venderles en 2007 CDO (Collateralized Debt Obligations: obligaciones garantizadas con deudas), productos derivados complejos adosados a créditos inmobiliarios de alto riesgo (subprimes), sin informarles de que al mismo tiempo el banco apostaba a su caída. Por un lado, el banco había liquidado su cartera de subprimes, lo que tenía derecho a hacer. Pero, sobre todo, había ocultado a sus clientes el haber recibido del fondo especulativo Paulson 15 millones de dólares para realizar ese montaje. Mejor (o peor), Paulson, el propio especulador, habría participado junto a los especialistas del banco en la selección de los créditos más susceptibles de degradarse.
En otros términos, Goldman Sachs, consciente de la inminencia de una crisis de los subprimes, siguió incitando a sus clientes a apostar a un alza del sector inmobiliario mientras, en asociación con un fondo especulativo, el banco apostaba a una baja, lo que tuvo el efecto de precipitar la caída de esos títulos. Los inversores, que no sospechaban este doble juego, habrían perdido más de 1.000 millones de dólares en la aventura (7). Robert Khuzami, uno de los responsables de la SEC, resumió así la acusación del gobierno: “Goldman, equivocadamente, le permitió a un cliente que jugaba contra el mercado hipotecario que influenciara fuertemente la elección de títulos inmobiliarios que debían ser incluidos en un instrumento de inversión, cuando al mismo tiempo le decía a otros inversores que esos títulos eran elegidos por un tercero independiente y neutral”. En lugar de conceder que había cometido “errores”, el banco lo negó, juzgando a la denuncia como “sin fundamento”. El caso de Grecia brinda otro ejemplo: el establecimiento neoyorquino cobró como banquero-consejero del gobierno de ese país, al mismo tiempo que especulaba con su deuda.

Lo inmoral y lo ilegal

Sin embargo, desde un punto de vista legal, Goldman Sachs tal vez tuviera razón. Lo que es inmoral no es forzosamente ilegal. Hace menos de veinte años, durante el escándalo de las cajas de ahorro, unos 1.500 banqueros purgaron sus penas en la cárcel sobre la base de las leyes denominadas “anti-racketeering” (anti-chantaje), anteriormente implementadas para combatir a la mafia y el crimen organizado. En lo sucesivo, los banqueros gozaron de un estatuto completamente distinto. Ahora prevalece un nuevo marco legal e ideológico.
Numerosas prácticas (como el seguro de deudas conocido con el nombre de Credit Default Swaps o CDS) escapan a cualquier regulación. Lo que prevalece es el principio del “caveat emptor” (“comprador, ¡desconfía!”). Y Goldman Sachs repite con entusiasmo que ellos no han hecho más que responder a la demanda de sus clientes, los cuales eran, por otra parte, inversores experimentados que se suponía podían hacer una verificación sistemática (due dilegence). Además, todos los documentos legales contenían las advertencias y reservas habituales.
En el mundo de las altas finanzas, en efecto, la opacidad resulta con frecuencia de un exceso de transparencia. Cada producto está acompañado de una documentación de varias centenas e incluso miles de páginas generalmente ilegibles, que se supone uno lee y comprende, lo que explica la razón de que algunos inversores confíen en las notas que ponen las agencias de riesgo, las que con frecuencia se equivocan. Como lo constata Rama Cont, director del Centro de Ingeniería Financiera de la Universidad de Columbia, al recordar los riesgos de los títulos emitidos por Goldman Sachs y cotizados como AAA (la mejor nota), “la información está disponible, pero cada título subprime está redactado en cincuenta o sesenta páginas, y muchas veces de manera diferente, según los juristas. Habría sido necesario movilizar al personal adecuado para desnudar las 5.700 páginas del producto derivado de deuda Abacus…” (8).
Después de haber suscitado admiración durante mucho tiempo, Goldman Sachs sufre ahora un problema de imagen. En plena crisis económica mundial, a cuyo desencadenamiento contribuyó ampliamente, junto con otros gigantes de Wall Street, el banco se otorgó a sí mismo bonus juzgados “obscenos”. También han surgido otros escándalos o acusaciones, que incitan a preguntarse si para el banco la travesía relativamente feliz de la tormenta financiera no se debe a la ubicuidad de sus antiguos dirigentes. Ahora resulta de buen tono, incluso entre aquellos que se habían beneficiado de su generosidad, criticarlo. Barack Obama, Gordon Brown, Angela Merkel han tenido palabras relativamente duras hacia una empresa de la cual podrían un día recibir una oferta de empleo.
Sin embargo, el affaire Goldman Sachs hizo posible la reforma del sistema financiero de Estados Unidos. La ley Dodd-Frank es clara, con toda seguridad, sobre los grandes principios: impedir el derrumbe y el salvataje de las grandes instituciones financieras por los contribuyentes, minimizar la especulación de los bancos con sus fondos propios, imponer más transparencia al mercado de productos derivados intercambiados de manera extrabursátil, con el fin de proteger a los consumidores contra las prácticas predadoras y usurarias. En cambio, sus 2.300 páginas parecen menos convincentes en cuanto a la puesta en práctica de semejante programa. Aun cuando las cifras de la Cámara de Comercio de Estados Unidos son, sin duda, deliberadamente exageradas, la ley Dodd-Frank supondría la redacción por diez agencias gubernamentales diferentes de 533 nuevas regulaciones, 60 investigaciones y 94 informes en un plazo de tres meses a cuatro años…
El lobby bancario combatirá en todos estos terrenos. Apuesta a la desaparición progresiva del rencor de la opinión pública hacia las instituciones financieras para volver a su libertad de antaño. También en esto, Goldman Sachs sabrá jugar su parte.


1 Charles D. Ellis, The Partnership. The Making of Goldman Sachs, Penguin, Nueva York, 2009.
2 Suzanne McGee, Chasing Goldman Sachs, Crown, Nueva York, 2010.
3 Ibrahim Warde, “Les assises du système bancaire ébranlées par la déréglementation“, Le Monde diplomatique, París, enero de 1991.
4 Lisa Endlich, Goldman Sachs. The Culture of Success, Simon and Schuster Touchstone, Nueva York, 2000.
5 Nomi Prins, It Takes a Pillage, Wiley, Nueva York, 2009.
6 Matt Taibbi, “The Great American Bubble Machine”, Rolling Stone, Nueva York, 5-4-10.
7 Ibrahim Warde, “Des Français qui gagnent“, Le Monde diplomatique, París, julio de 2010.
8 Sylvain Cypel, “Les ‘conflits d’intérêts’ d’Abacus“, Le Monde, París, 4-5-10.

Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/goldman-sachs-emblema-de-la-especulaci%C3%B3n-financiera