9 dic. 2010


Cómo hacer reverdecer el Sahel

por Joost R. Hiltermann
En Nigeria, cerca de la mitad de la población está amenazada por la hambruna; en Chad, la situación es crítica. Las grandes sequías y la reducción de la ayuda internacional explican en parte el desastre actual. Sin embargo, nuevas técnicas agrícolas han transformado ciertos espacios antes semi-desérticos en tierras más productivas. Se trata de experiencias limitadas pero que merecen ser seguidas con atención.

El sol se pone después de otra jornada de calor aplastante en Burkina Faso, África Occidental. Pero aquí, en la explotación de Yacouba Sawadogo, el aire es claramente más fresco. Portando un hacha pequeña sobre el hombro, este cultivador de barba gris recorre sus bosques y sus campos con la facilidad de un hombre mucho más joven.Sawadogo no sabe leer ni escribir pero no por eso deja de ser un pionero en materia de agroforestación, un enfoque basado en la integración de los árboles al sistema de producción agrícola. Esta técnica, que transformó en estos últimos años al Sahel occidental, constituye uno de los ejemplos más prometedores de la manera en que las poblaciones pobres pueden enfrentar el cambio climático.
Vestido con ropa de algodón oscuro y una boina blanca, Sawadogo se sienta cerca de las acacias y de los azufaifos que dan sombra a un cercado que encierra a una veintena de gallinas de Guinea. La parte principal de su explotación de 20 hectáreas, importante según los criterios locales, pertenece desde hace generaciones a su familia. Pero ésta la abandonó después de la terrible sequía de 1972-1984, cuando una disminución del 20% en el promedio de las precipitaciones anuales destruyó la producción de alimentos en el Sahel, transformó vastas extensiones de sabana en desierto y causó centenas de miles de muertos por hambre.
“La gente se encontró en una situación tan catastrófica que tuvo que cambiar su forma de pensar”, relata Sawadogo. Él mismo adecuó una técnica utilizada desde hacía siglos por los campesinos locales a los usos actuales: consiste en cavar zaï –en español, “hoyos”–, agujeros poco profundos, para concentrar las escasas lluvias en las raíces de los cultivos. Con el fin de captar una mayor cantidad de aguas pluviales, aumentó la dimensión de sus hoyos. Pero su mayor innovación fue agregarles estiércol durante la estación seca, una técnica que sus pares consideraron como un despilfarro.
Al concentrar en los hoyos el agua y la fertilidad, aumentó el rendimiento de sus cultivos. Pero no había previsto el resultado más importante: el crecimiento de árboles, provenientes de las semillas contenidas en el estiércol, que aparecieron en medio de sus surcos de mijo y sorgo. Después de varias estaciones se demostró que los árboles, que ya se alzaban a varios pies de altura (1), contribuían a incrementar el rendimiento de los cultivos, al mismo tiempo que fertilizaban el suelo. “Desde que aplico esta técnica de rehabilitación en una tierra degradada, mi familia está protegida de la inseguridad alimentaria, tanto en los años buenos como en los malos”, explica Sawadogo.
Los árboles y la productividad
La técnica agroforestal puesta a punto por Sawadogo ha llegado ya a vastos sectores de Burkina Faso así como a los vecinos Níger y Malí, y ha transformado centenares de miles de hectáreas semidesérticas en tierras más productivas. “Se trata, sin duda, de un cambio ecológico positivo de gran amplitud para el Sahel y tal vez para África en su conjunto”, estima Chris Reij, un geógrafo holandés que trabajó treinta años en la región.
Este método, en términos técnicos, lleva el nombre de “regeneración natural asistida” (RNA). Estudios científicos confirman las múltiples ventajas de la introducción de árboles en los cultivos para autoconsumo, porque protegen a los brotes nuevos del viento, contribuyen a mantener la humedad del suelo y su sombra preserva a los cultivos del calor. Las hojas que caen hacen las veces de capas de paja, aumentando así la fertilidad del suelo y brindando forraje para el ganado. En caso de hambruna, las personas pueden incluso alimentarse con las hojas de algunos árboles. “En el pasado, a veces los campesinos tenían que sembrar sus campos cuatro o cinco veces, porque el viento se llevaba las semillas –explica Reij, que recomienda el RNA con el celo de un misionero–. Los árboles hacen de pantalla y ayudan a fijar el suelo; ya no hace falta sembrar más de una vez”.
El zaï y otras técnicas para recoger las aguas pluviales también contribuyeron a reaprovisionar las napas subterráneas. “En los años 1980, el nivel de las napas freáticas bajaba alrededor de un metro anual –indica Reij–. Ese nivel, a pesar del crecimiento demográfico, aumentó cinco metros desde que se implantaron el RNA y las técnicas de recolección de las aguas.” En algunas zonas, se han medido hasta diecisiete metros de subida de las napas. Y hay estudios que muestran efectos de reaprovisionamiento similares en Níger.
Con el paso del tiempo, Sawagado adquirió una verdadera pasión por los árboles. Su explotación ahora se parece más a un bosque que a tierras de cultivo. “Al comienzo, mezclaba los árboles y los cultivos –nos relata–. Pero he terminado prefiriendo los árboles, porque ofrecen otras ventajas”. Se los puede explotar, tallando y vendiendo sus ramas cada año, sin contar sus efectos benéficos para el suelo, ya que facilitan el crecimiento de nuevos árboles: “Cuanto más árboles se tienen, tanto más importantes son los ingresos”.
Al aumentar su parque forestal, Sawadogo pudo vender madera para hacer fuego, para otros servicios y para construcción. Los árboles también entran en la farmacopea tradicional, lo que no deja de ser una ventaja importante en una región donde la asistencia médica moderna es escasa y onerosa.
Es necesario precisar sin embargo que estos campesinos no plantan árboles, como Wangri Maathai, la laureada militante que ganó el Premio Nobel, y su movimiento Cintura Verde, que incitaron a la población a hacerlo en Kenia; para ellos sería un asunto mucho más oneroso y arriesgado. Estos campesinos no hacen más que administrar y proteger los árboles que brotan espontáneamente. Estudios referidos al Sahel occidental revelan que el 80% de los árboles plantados mueren al cabo de un año o dos. Como contraste, los árboles que brotan naturalmente son especies endémicas, y por lo tanto más resistentes. Y está claro que no cuestan nada.
También en Malí los árboles brotan por todas partes en medio de los cultivos. En la muy pobre aldea de Sokoura, las casas están hechas de ramas recubiertas de barro; no hay agua ni electricidad; los niños llevan ropas sucias y desgarradas y muchos tienen el vientre distendido por la malnutrición. Sin embargo, según dicen los habitantes, la vida mejoró, en gran parte gracias a los árboles.
Oumar Guindo es propietario de seis hectáreas en las que cultiva mijo y sorgo. Hace diez años comenzó a escuchar los consejos de Sahel Eco, una organización anglo-malí que promueve la técnica agroforestal. Su tierra está hoy salpicada de árboles, algunos de hasta cinco metros, y han aumentado los recursos de agua. De vuelta en la aldea, muestra los graneros rectangulares que, como las casas, están hechos de trozos de madera recubiertos de barro. Todos ellos encierran sustanciales provisiones de mijo: la seguridad alimentaria está asegurada hasta la próxima cosecha e incluso por más tiempo. “Antes –dice un campesino–, la mayoría de las familias no disponían de un granero para cada una. Ahora tienen tres o cuatro, aunque sus tierras no son más extensas. También tenemos más ganado.”
Para lograr este resultado, los gobiernos procedieron, por su parte, a tomar decisiones importantes. Salif Guindo (sin ninguna relación con Oumar), un agricultor de la aldea malí de Endé, relata cómo los lugareños resucitaron una antigua asociación de campesinos, denominada Barahogon, que había alentado durante generaciones la gestión de los árboles, hasta que fue abandonada cuando se volvió ilegal cortar madera. El gobierno colonial francés (1898-1960) declaró en un primer momento que todos los árboles eran propiedad del Estado, lo que le permitía vender los derechos de corte a los leñadores. Arreglos del mismo tipo continuaron después de la Independencia. Los campesinos que eran encontrados podando o cortando árboles eran castigados. Debido a eso, arrancaban los brotes para evitarse problemas posteriores. La prosecución de estas prácticas durante varias generaciones desnudó el suelo y lo fue secando cada vez más.
Al comienzo de los años 1990, el gobierno malí, sensible tal vez al hecho de que los campesinos encolerizados por los malos tratos sufridos mataron a agentes forestales, votó una ley otorgando a los agricultores la propiedad de los árboles que se encontraban en sus tierras. Sin embargo, los interesados recién tuvieron conocimiento de la ley cuando Sahel Eco organizó una campaña de información. Después de esa campaña, el RNA se expandió rápidamente. “En Níger –explica Toni Rinaudo, un agrónomo y misionero australiano– recién comenzó después de que las autoridades suspendieron las reglamentaciones que prohibían la tala de árboles porque, para hacer brotar árboles, los agricultores deben tener también el derecho a cortarlos…”.
Un arma económica
El esquema es idéntico en su conjunto en el Sahel occidental: el RNA se propagó principalmente por sí mismo, de cultivador a cultivador y de aldea en aldea, a medida que las personas veían los resultados con sus propios ojos. Gracias a la agroforestación, ahora es posible discernir, a partir de fotos satelitales analizadas por el Instituto de Investigación Geológico de Estados Unidos (US Geological Survey), la frontera entre Níger y Nigeria. Del lado de Níger se descubre una abundante cobertura leñosa; del lado de Nigeria, donde los vastos proyectos de plantación de árboles fracasaron estrepitosamente, el suelo está prácticamente desnudo.
Cuando los promotores del RNA, como Reij y Rinaudo, vieron en 2008 esas imágenes, sufrieron un shock: no se imaginaban que tantos campesinos habían hecho crecer tantos árboles. Al reunir los hechos, puestos en evidencia por las imágenes satelitales y el resultado de encuestas realizadas en el terreno, Reij estimó que sólo en Níger, los agricultores hicieron crecer 200 millones de árboles y rehabilitaron alrededor de 3.125 km2 de tierras degradadas.
Los últimos datos tienden a indicar que las regiones que, al sur del país, practican las técnicas agroforestales, son las que resisten mejor la actual sequía. Reij señala que los árboles también brindan un arma económica para enfrentarla: en 2005, durante la anterior sequía, la madera cortada y vendida les permitió a los campesinos procurarse el dinero para comprar cereales.
El RNA –un saber gratuito–, no supone ninguna dependencia de cualquier ayuda externa. Por eso, explica Reij, es tan diferente del modelo de desarrollo de las Aldeas del Milenio promovido por Jeffrey Sachs, el muy influyente director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia. Este proyecto prevé suministrar a las aldeas lo que se considera como paquetes de servicios integrados necesarios para el desarrollo: semillas y abonos modernos, perforaciones para tener agua propia y clínicas. “Esta visión de una solución al hambre en África es seductora –dice Reij–. El problema es que no funciona. El proyecto de las Aldeas del Milenio requiere una inversión importante en cada aldea, al igual que ayuda externa durante varios años, lo que no parece representar una solución duradera. Resulta difícil creer que el mundo exterior va a suministrar los miles de millones de dólares necesarios para crear decenas de Aldeas del Milenio en África”. Efectivamente, la ayuda extranjera se agotó después de la crisis financiera de 2008.
Sin embargo, los actores externos tienen un papel que cumplir: pueden financiar, a muy bajo costo, la posibilidad de compartir la información que, en su origen, permitió al RNA extenderse con tal eficacia en Sahel occidental. Aunque los campesinos fueron los primeros en dedicarse a hacer valer sus ventajas ante sus pares, recibieron una ayuda muy importante de parte de un puñado de militantes y de ONG como las de Rinaudo, Reij y Sahel Eco. Estos últimos esperan difundir el RNA en otros países africanos, gracias a las “Iniciativas de Reverdecimiento del África”, asegura Reij, que compartió esta idea con el Presidente de Etiopía.
Pero hay medidas que siguen siendo indispensables para tratar de detener el recalentamiento climático que hace del Sahel un lugar tan inhóspito. Porque toda forma de adaptación tiene sus límites: si no se reduce la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera, el aumento de las temperaturas doblegará a las ideas más ingeniosas.


1 Un pie equivale a unos 30 centímetros.

Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/c%C3%B3mo-hacer-reverdecer-el-sahel