Tolerancia del “todo vale”
Por Dany-Robert Dufour*
Acerca del “segundo sentido” en el arte contemporáneo
Al reiterar incesantemente el célebre gesto de Marcel Duchamp,
quien en 1917 expuso un mingitorio bajo el título “Fuente”, sin tomar
nota de que ya perdió todo tipo de carga subversiva, el arte
contemporáneo ha pasado a fundar su legitimidad en el esnobismo y en el
valor mercantil. Conformistas en su individualismo excacerbado, los
artistas más mediatizados, debido a su predisposición al escándalo,
eclipsan la carrera de artistas más discretos, cuya obra conserva sin
embargo una real dimensión liberadora.
El arte contemporáneo es revolucionario; por lo tanto, quienes no lo
aprecian son, o bien francamente reaccionarios, o bien reaccionarios
que lo ignoran, es decir, neo-reaccionarios. Estas etiquetas se colocan
hoy sistemáticamente sobre todos aquellos que aún osan reflexionar ante
ciertas obras y prácticas del arte contemporáneo. No resulta para nada
asombroso que la mayor parte del tiempo uno prefiera guardarse sus
reservas, antes que exponerse a ser acusado de populista, incompetente
o estúpido. ¿Prefiere usted ser reaccionario o revolucionario? ¿Estar
del lado de la modernidad o del academicismo? Este procedimiento, que
clausura todo debate antes de comenzar, posee una notable eficacia,
cuyos resortes y objetivos merecen sin duda dilucidarse: pues si bien
se difunde tanto en cierto tipo de discurso sobre el arte como en
cierto tipo de arte indisociable de ese discurso, también opera, de
manera más amplia, en el vasto dominio de la retórica política. El
campo artístico que aquí se analiza sirve pues como “modelo”, destinado
a iluminar sus motivaciones.
Manipulación publicitaria
Para analizar su funcionamiento, puede ser útil tomar como ejemplo
el enunciado fundacional del pensamiento liberal, propuesto por Bernard
de Mandeville en la famosa Fábula de las Abejas (1704): “Los vicios
privados (el egoísmo, la codicia…) hacen la prosperidad pública”. Dicho
de otro modo: “Lo que se considera vicio, es en realidad virtud”. O
mejor aún: “Si uno se atiene al sentido literal, es vicio, pero si se
lo considera en el segundo sentido, es virtud”. Este discurso no es
moralizante, sino perverso –en el sentido clínico del término–, en la
medida en que hace del problema (la violencia a menudo devastadora de
las pasiones y pulsiones derivadas de ese amor por uno mismo que se
denomina egoísmo), la solución. Doblemente perverso incluso, dado que
embrolla toda referencia al reivindicar la posibilidad de decir
cualquier cosa y su contrario: el vicio es virtud, el blanco es negro…
Esta retórica actúa pues como una máquina de destrucción de toda
argumentación crítica, basada por el contrario en la distinción entre
lo verdadero y lo falso.
Para alcanzar este segundo sentido, alcanza con que quien hable
exhiba lo que nadie debe exhibir: de esa manera se entrega a la
provocación, es decir, según la etimología, a un llamado, que puede
sonar a desafío. A través de la provocación, llamo al otro a seguirme,
desafiándolo a atreverse a hacerlo. Provocar es entonces saber que se
dice… lo que no se debe decir. Pero como uno sabe muy bien que no
debería, no sólo no se lo pueden reprochar, sino que sobre todo, eleva
al otro a su nivel, delimita un lugar en el que están entre pares, un
círculo restringido de espíritus superiores, desinhibidos, en el que
todo puede decirse, contrariamente al espacio público, marcado por
múltiples inhibiciones.
La función de esta astucia retórica es, por lo tanto, comprometer al
interlocutor suscitando su interés y su participación (financiera),
para luego conquistar su connivencia: “Usted entiende lo que quiero
decir…” Aunque en realidad no entienda, tiene todo interés en responder
afirmativamente, so pena de quedar excluido de los que saben y ponerse
de esta manera en la posición del imbécil que no merece ingresar al
cenáculo de los iniciados.
Este arte de la manipulación, característico de la publicidad, se
aplica hoy también en el arte contemporáneo, cuando éste se convierte
en un lugar en el que se persiguen todos los medios posibles de
comprometer al espectador: interés, participación financiera,
connivencia.
Los ejemplos abundan. Basta pensar en las obras de los artistas más
renombrados de nuestra época. Desde el belga Jan Fabre, que
recientemente presentó en el Louvre una selección de diversas
excreciones del propio maestro, hasta Jeff Koons, nuestro Mickey-ángel,
famoso por sus diversos caniches gigantes, la vieja y querida receta
compromiso-connivencia despliega sin cansancio en el arte posmoderno la
estrategia debidamente pagadora del “segundo sentido”: 1) provocación
sin tabúes; 2) que no produce ningún otro significado; 3) de donde
deriva el ruido mediático que desencadenará 4) una interesante espiral
especulativa.
Nihilismo obsceno
Ya en 1996, en un artículo tanto más valiente cuanto que su autor
era a menudo invocado, en ese entonces, por los defensores de ese arte
“del segundo sentido”, Jean Baudrillard desmontó esta astucia: “Toda
esa mediocridad pretende sublimarse pasando al nivel segundo e irónico
del arte. Pero eso es tan nulo e insignificante en el nivel segundo
como en el primero. El pasaje al nivel estético no salva nada, todo lo
contrario: es una mediocridad a la segunda potencia. Se propone ser
nulo. Dice ‘¡soy nulo!’ –y es realmente nulo” (1).
Baudrillard veía en esa nulidad al cuadrado un verdadero desperdicio
de la negatividad que conlleva el arte. Esencial, esa negatividad es
resultado de su capacidad de despojarse de las certezas más firmemente
ancladas, con el único fin de reiniciar la pequisa del sentido, es
decir, la búsqueda de nuevos sentidos. El arte no se reduce a un
discurso, a un mensaje; dice lo que aún no sabemos, hace visible lo que
aún no había sido registrado, agrega al mundo conocido.
Ahora bien, en el arte contemporáneo oficial esta búsqueda de lo
revolucionario se halla actualmente reducida a la simple innovación,
esa característica de la producción capitalista, exigida en toda lógica
por la necesidad de crear nuevos deseos. De allí deriva una confusión
mayor entre la simple innovación y la búsqueda de sentido, de la que es
víctima el arte contemporáneo. Ello podría expresarse en una ley:
cuanto más poderoso sea el mercado del arte, más tenderán a imponerse
las condiciones generales del mercado a la producción artística. El
arte contemporáneo se limitará entonces a producir lo imprevisto,
inesperado ciertamente, pero desprovisto de todo significado potencial.
El arte verdaderamente revolucionario, que descompone el mundo para
recomponerlo mejor, abre a una risa saludable, muy precisamente
liberadora. El arte contemporáneo ríe con una risa muy distinta, esa
risa nihilista que afirma que se burla a más no poder de todo valor
axiológico y que no hay nada que buscar: el arte no existe más que por
el poder del momento que lo reconoce como tal, y eso es todo.
Este arte “narcínico”, a la vez narcisista y cínico, es difícil de
desenmascarar, porque se asienta en una premisa “hiperdemocratista” muy
en boga: sería imposible distinguir un objeto realmente artístico de un
objeto cualquiera, porque para ello habría que introducir una
jerarquía. Pero toda jerarquía impone valores, lo que equivale a
mostrar una inclinación más o menos confesa por el orden, y todo orden
es potencialmente portador de totalitarismo: banalidades dignas de
charlas de café, se agita entonces el espectro del fascismo o del
estalinismo, en el plano político, mientras que en el campo filosófico,
la amenaza provendría del criticismo heredado de Kant.
El acto “crítico” separa el principio de lo verdadero y el de la
ilusión, lo que efectivamente supone siempre un “tribunal de la razón”
(2). Por lo tanto, para evitar el tribunal, el Terror y otras
dictaduras, se rechaza toda jerarquía crítica, lo que permite conferir
a un montón de excrementos la dignidad del objeto artístico, en la
medida en que tiene supuestamente tanto valor como cualquier otro –o
incluso más, dado que, al haber renunciado a la re-presentación, que
implica un corte tajante entre lo que es “presentado” y la realidad,
este arte contemporáneo pone en primer plano, sin distanciamiento
simbólico, la pulsión provocadora –la del artista– o aquella por la
cual ha sido investido como objeto de arte, función propia de los
coleccionistas, entre los cuales François Pinault es, sin duda, uno de
los más emblemáticos (3).
La creación irónica del artista belga Wim Delvoye, titulada Cloaca
(2000) presenta un tubo digestivo humano impecablemente funcional, y
que efectivamente funciona, controlado por computadoras: el producto de
las digestiones, embalado al vacío y marcado con un logo que remeda a
los de Ford y Coca-Cola, se vende a 735 euros la unidad. Es la más
bella metáfora de este sistema.
Se ve de qué manera la retórica perversa conduce a la obscenidad: se
afirma que se puede, y se debe poder convertir todo en objeto vendible.
Si exhibir lo que uno no mostraría, lo que sólo la pulsión justifica,
produce arte y produce dinero, cada uno es entonces libre de actuar en
función de una interiorización individual de la ley del mercado, ésa
que se basa en la demanda de satisfacción de las pulsiones, y sólo se
preocupa por el goce, directo, reivindicado, exhibido, teniendo muy en
claro que existen otros goces aparte del sexual. Esto es lo que se
juega en el arte en un régimen ultraliberal.
Esta tolerancia del arte contemporáneo hacia el “todo vale” no es
anodina. Puesto que es en el mismísimo nombre de la libertad de
expresión que las propuestas más intolerables deberán ser toleradas,
cómo no ver que ese ultra-democratismo es, en el plano político,
precisamente lo que puede conducir directamente a la tiranía –desde La
República de Platón se sabe que esta conversión es posible–.
Elogio de la alienación
Se asiste así a una sacralización del acto farsante, largamente
justificada en referencia al gesto que Marcel Duchamp realizó al
exponer, en 1917, el primer ready made: un orinal común rebautizado
Fuente. Pero la diferencia salta a la vista. En ese momento, el acto de
Duchamp era altamente subversivo porque cuestionaba todo: el estatuto
del objeto industrial, el de la creación, el arte en Estados Unidos
(4), el sexo de los objetos, la función de una exposición, etc. Los
numerosos artistas que lo reivindicaron, a partir de los años 60, se
contentaron con reproducir ese gesto, en una duplicación vacía de todo
desafío: hemos ingresado en la era del “como si”, que no podía conducir
más que a la “commédie” (5) de la subversión (esta palabra es del
novelista y ensayista Philipe Muray).
La mencionada “commédie” concierne también al espectáculo viviente.
Cuando en el Festival de Aviñón de 2009, Jan Fabre presenta La orgía de
la tolerancia, se exhiben masturbación y orgasmos, con una seriedad
grotesca desprovista de toda sonrisa rabelaisiana. El espectáculo se
muestra así, como lo que es: simplemente pornográfico, apoyado en el
recurso al segundo sentido cómplice, que permite todas las
ambigüedades. El escenario clásico también se desinhibe. La Armida que
se presentó en el Komische Opera de Berlín, en junio de 2009, ¡reunía
al compositor Christoph Willibad Gluck (6) con Sade! El libreto de
Philippe Quinault daba lugar a una escenografía y a juegos de actores,
la mayoría de las veces desnudos, dignos de La filosofía en el tocador.
El director, Calixto Bieito, no dudó de hecho en trasmitir los potentes
pensamientos que lo inspiraron: “La moderación mata al espíritu”, “la
ira y el odio pueden ser una fuerza motivadora útil”, “el animalismo es
perfectamente sano”, “uno sólo puede comprender a alguien de su propio
sexo”.
Este ayuda-memoria sadeano devaluado, con el que cada vez más
seguido se abordan hoy las obras clásicas, se reivindica, por supuesto,
subversivo: ésa es su única legitimidad. Pero esta subversión no
consiste más que en afirmar el principio liberal fundamental: no existe
más realidad que la del individuo; todo conjunto social sólo es el
resultado de la acción de los individuos; en definitiva, los hombres
siempre apuntan, en sus intercambios, a la maximización de sus
ganancias. Es decir, el alter ego ya no se entiende como la condición
para la realización de cada uno, sino como un riesgo de impedimento
permanente. Arte y civilización del “todo para el ego”, que reivindica
sordamente que no hay límites para el derecho individual. Linda
subversión que busca confundir la alienación misma y la liberación.
Esto no quiere decir que no sigan existiendo verdaderos artistas,
que trabajan aspiraciones distintas al apetito de omnipotencia caro al
capitalismo; entre los pintores, de Bram van Velde a Goran Music, de
Jean Dubuffet a Paul Reyberolle, para hablar sólo de los más viejos,
pero tambien en el teatro, con Michel Schweizer, por ejemplo, que en
Bleib, se apoya en la relación del perro-lobo con su amo para explorar
irónicamente la ferocidad del mundo actual, o también Pierre Meunier,
que en Sexamor explora lo que circula entre el hombre y la mujer. Con
extrañas y delicadas máquinas, lejos de las tribunas oficiales, todos
son capaces de metaforizar y hacer pensar sobre lo humano: lo que
constituye la función del arte auténticamente liberador, del juego del
imaginario y de la mirada crítica. ♦
REFERENCIAS
(1) Jean Baudrillard, “Le complot de l’art”, Liberátion, París, 20-5-96.(2) Véase Aude de Kerros, “Art moderne, art contemporain: l’impossible ‘débat’”, Le Débat, París, N° 150, mayo de 2008.
(3) Ex presidente del grupo Pinault-Printemps-Redoute, tercera fortuna francesa en 2010 según Forbes y gran aficionado al arte contemporáneo.
(4) Beatrice Wood, amiga de Duchamp, escribió que “las únicas obras de arte que dio Estados Unidos son sus cañerías y sus puentes”; Ver “Marcel”, en Rudolf E. Kuenzli y Francis M. Naumann, Marcel Duchamp: Artist of the Century, MIT Press, Cambridge, 1990.
(5) Juego de palabras, basado en la semejanza fonética en el francés de la expresión “como si” y la palabra “comedia”.
(6) Compositor alemán (1714-1787) que procuró introducir lo natural y la verdad dramática en la ópera.
*Filósofo (Universidad de París VIII, Colegio Internacional de Filosofía); ha publicado recientemente La Cité perverse, Denoël, París, 2009.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/tolerancia-del-todo-vale