1 ene. 2011


Los trabajadores chinos despiertan

por Isabelle Thireau
China era hasta hace poco tiempo un paraíso para empresarios: una inmensa reserva de mano de obra baratísima; obreros sometidos a una disciplina de hierro y a condiciones de vida degradantes y que sin embargo no hacían huelgas. Pero esa Arcadia empieza a resquebrajarse: las protestas y paros de los trabajadores se están multiplicando a lo largo y ancho del país, y en muchos casos han culminado en importantes aumentos de salarios. Además, se están registrando formas de lucha menos conocidas, en medio de un paisaje social que cambia su fisonomía.
Trabajo en esta fábrica desde el 5 de junio de 2006. Gano alrededor de 1.400 yuanes (158 euros) por mes, apenas unos 100 yuanes más que los recién contratados. ¿Le parece justo? ¿Es justo que mi salario haya aumentado el segundo año sólo 28 yuanes, el tercero 29 y el cuarto 40? ¿Es justo que el 40% de los que trabajan aquí sean pasantes muy mal pagos, lo que repercute en los salarios de todos? ¿Es justo que haya cinco categorías, cada una dividida en quince niveles, lo que significa que, como sólo puedo subir un nivel por año aunque hiciera todo como se debe, necesitaría setenta y cinco años para llegar al más alto? ¿Es justo trabajar tanto para poder ahorrar apenas unos cientos de yuanes por mes? Hay demasiadas desigualdades, demasiadas promesas incumplidas, demasiadas injusticias. ¿En qué nos convertimos si aceptamos todo esto? No hay opción: esta huelga es una cuestión de dignidad” (1). Así se expresaba un obrero de la fábrica de autopartes de la automotriz japonesa Honda, en Foshan, en la provincia china de Guangdong, donde se declaró una huelga durante el mes de mayo de 2010.

Demandas insatisfechas


Todo comenzó el 17 de mayo pasado con el paro de un centenar de obreros que protestaban contra una decisión de la dirección considerada injusta. En esta fábrica, en efecto, la remuneración es producto de la suma de varios elementos: para los obreros menos calificados del primer nivel, por ejemplo, al salario básico (675 yuanes, 75 euros) se suman el salario correspondiente a la función (340 yuanes, 37 euros), así como diversas asignaciones, para la vivienda o el transporte, que permiten alcanzar un total de 1.510 yuanes (168 euros) (2). Ahora bien, a fines de abril pasado la Municipalidad de Foshan anunció que a partir del 1º de mayo, el salario mínimo local pasaría de 770 a 920 yuanes (de 85 a 102 euros). La dirección de la fábrica decidió trasladar este aumento al salario básico pero, al mismo tiempo, redujo el correspondiente a la función, anulando así un aumento significativo. De ahí la huelga que terminó el 4 de junio pasado, tras un acuerdo celebrado con los dieciséis representantes de los trabajadores designados por fuera de los sindicatos oficiales: la dirección se comprometió a aumentar todos los salarios 500 yuanes (55 euros).
En esa ocasión, los obreros redactaron una carta abierta en la que reclamaban que sus empleadores “dieran muestras de buena fe, se prestaran a negociaciones honestas y tuvieran en cuenta sus razonables demandas”. El documento precisaba además que su lucha no respondía sólo a los empleados de la fábrica sino al conjunto de los obreros chinos. Incluía además una lista de reclamos relacionados con la escala salarial, la representación de los empleados, los modos de evaluación del trabajo y los criterios de ascenso.
En momentos en que la huelga estaba terminando, la atención estaba puesta desde hacía varios días en los suicidios de Foxconn Technology en Shenzhen. En cinco meses, trece jóvenes obreros de esta empresa taiwanesa, que fabrica componentes electrónicos para marcas extranjeras, intentaron suicidarse; diez lo hicieron. El 20 de julio pasado, en Foshan, un empleado de una empresa socia de Foxconn, de 18 años de edad, se quitó la vida (3). La empresa anunció entonces un aumento del salario básico de sus obreros chinos y una reforma de las normas vigentes.
Sin embargo, es conveniente no equiparar en forma demasiado apresurada a ambas empresas. En Foxconn, el muy bajo salario básico obliga a los trabajadores a hacer una cantidad de horas extra superior a la prevista en la legislación. Allí también padecen un gran aislamiento, tanto respecto de los colegas, en los talleres y habitaciones comunes, como del mundo exterior. En Honda, en cambio, existen al parecer lazos entre empleados oriundos de una misma región o becarios egresados de una misma escuela.
Por otra parte, desde su instalación en China, Foxconn impone, tanto durante las horas de trabajo como en el descanso, una disciplina más que militar basada en la prepotencia de los agentes de seguridad, que pueden sancionar a los empleados, incluso mediante la fuerza. El primer suicidio fue el de un obrero a quien, acusándolo de robo, lo revisaron y lo encerraron hasta que confesó un delito que no había cometido. Los trabajadores de Honda y los de Foxconn reaccionaron pues a situaciones que consideraban inaceptables, pero que lo eran en grados y con características muy diferentes. Hecho novedoso, los primeros tuvieron un enfrentamiento directo con el sindicato oficial: el 31 de mayo pasado, sus representantes, reconocibles por su uniforme, se desplegaron por toda la fábrica y exigieron la reanudación del trabajo, atacando a varios obreros. Los huelguistas señalaron que nunca se los convocó para elegir a sus representantes; que éstos están lejos de haber desempeñado el papel que les correspondía durante la huelga.
Estos dos movimientos explican, al menos en parte, el aumento sin precedentes del salario mínimo decidido en numerosas provincias o municipalidades (960 yuanes en Pekín, 1.120 yuanes en Shanghai). Sin duda, no son ajenos a la encuesta realizada en junio pasado por las autoridades de Shenzhen a cinco mil migrantes internos de 18 a 35 años.
La encuesta revela que estos últimos ganan un promedio de 1.800 yuanes por mes, de los cuales envían la quinta parte a su familia, y que la mitad de ellos hace una cantidad ilegal de horas extra (4). También lograron que el 15 de julio pasado un dirigente chino, Zhou Yongkang, solicitara a la Administración de Cartas y Visitas que hiciera todo lo necesario para resolver los conflictos sociales y responder a los reclamos relacionados con el lugar de trabajo (5).
Zhou reconoce que a pesar de la disminución del número de quejas (especialmente colectivas), las tensiones sociales ligadas a la expropiación de tierras, la demolición de inmuebles y al empleo siguen existiendo; y solicita “a los gobiernos de diferentes niveles redoblar sus esfuerzos para resolver los conflictos de trabajo teniendo en cuenta las demandas razonables de los empleados”.

Multiplicación de huelgas


Estas revueltas no se limitan a la región particularmente industrializada del Delta del Río de las Perlas. En efecto, a comienzos de mayo de 2010, importantes huelgas afectaron a las provincias de Shandong, Jiangsu y Yunnan, así como a las ciudades de Nanjing, Pekín, Chongqing y Lanzhou. El grupo Toyota sufrió una decena de ellas entre el 1º de mayo y el 15 de julio pasado. En Changchun, el 1º de julio, los diecisiete mil choferes de taxi de la ciudad dejaron de trabajar para protestar contra un nuevo impuesto. Estos acontecimientos se inscriben en un movimiento más amplio de multiplicación de las huelgas, observado en las empresas tanto extranjeras como chinas desde hace dos años; todo sucede mientras la agitación social crece desde mediados de los años 90: paros, cartas colectivas dirigidas a las autoridades locales y a la Asamblea Nacional Popular, visitas a las instancias administrativas, reclamos difundidos a través de internet.

En otras palabras, los empleados migrantes chinos nunca fueron dóciles. Si bien constituyen un grupo heterogéneo, que reúne a personas con experiencias y proyectos muy diferentes, comparten una situación de inferioridad institucional con respecto a los “locales”. Nunca dejaron de cuestionar las desigualdades fomentadas por el sistema del certificado de residencia (o hukou), y de protestar contra la impotencia y la docilidad forzada que sufren en las empresas. También puede establecerse un vínculo directo entre las acciones llevadas a cabo y los avances del derecho laboral, ilustrados por ejemplo con la promulgación en 2008 de una ley de contratos de trabajo.
La misma situación de los migrantes alimenta estas luchas. La mejora de los ingresos de los campesinos redujo en efecto el número de candidatos a partir. Estos últimos intentan realizar estudios que les permitan aspirar a condiciones de empleo y de vida más aceptables que las de sus predecesores. Además, la llegada al mercado laboral de hijos de migrantes que vivieron siempre en la ciudad, pero considerados oficialmente “extranjeros” y que no gozan pues del mismo tratamiento que aquellos con quienes crecieron, suscita otros sentimientos de injusticia.
Hasta ahora, sus reivindicaciones pasaron inadvertidas, ya que se expresaban menos por la huelga que a través de una institución confidencial, la Administración de Cartas y Visitas. Creado en 1951, este organismo se basa, desde el cantón hasta las instancias superiores del Estado, en una red de oficinas encargadas de recibir y transmitir sugerencias, pedidos de asistencia, llamados a la revisión de sanciones políticas o administrativas consideradas injustas, críticas y acusaciones. Desde hace sesenta años legitima un espacio de expresión que no dejó de ser transformado por aquellos, campesinos, citadinos, soldados o propietarios de inmuebles, que lo han utilizado. Entre 1993 y 2005, los testimonios aumentaron un 10% por año, y las visitas –sobre todo las colectivas, que trasladan a veces a varios miles de personas– crecieron más rápido que las cartas. Pero sobre todo, quienes se ponen de acuerdo para interpelar de esta manera a las autoridades denuncian cada vez con mayor frecuencia problemas que trascienden las fronteras de las localidades donde supuestamente deberían resolverse.
Si el derecho, la religión, la organización de acciones conjuntas permiten expresar el sentimiento de injusticia, la Administración de Cartas y Visitas sigue siendo un espacio donde los chinos miden desde hace mucho tiempo su capacidad para tomar iniciativas, emitir juicios, contar lo que les sucede, y todo ello, hablando por sí mismos, pero también en nombre de anónimos que viven la misma situación. Es un lugar de interpelación a los representantes del Partido Comunista y del Estado, donde se cuestionan las relaciones de poder y las formas de legitimidad, con terceros como testigos. Fuera de todo marco institucional, allí se reivindica con tenacidad la igualdad de condiciones y se rechazan con fuerza las diferencias jerárquicas presentadas como naturales.
Es en efecto lo que reclaman, más allá de la dimensión estrictamente económica, los trabajadores de Honda y Foxconn. En este sentido, son los herederos de estos migrantes que, en 1996, escribían (6): “Nos pagan por unidad, pero, como hace cuatro meses que no sabemos el precio de la unidad, ¿cómo saber si nuestro salario es justo? Nos tratan como animales, esclavos, máquinas… ¿Es justo que no tengamos ninguna libertad? ¿Es justo que no tengamos la menor seguridad? ¿Es justo trabajar por nada? No podemos seguir agachando la cabeza”.
Una lectura estrictamente económica, o demasiado coyuntural, de estos movimientos sería pues errónea, porque los mismos se inscriben en un largo proceso de aprendizaje que tiene como efecto, según la fórmula de Claude Lefort, “instituir lo real”. Pero revelan también la nueva habilidad de los que protestan, quienes se apoderan de medios muy diversos para influir sobre el poder central. Los huelguistas que trabajan para empresas extranjeras invierten el argumento nacionalista oficial –las reivindicaciones sociales perjudican la potencia de China y deben pues postergarse– para ampliar su margen de maniobra: ¿qué legitimidad tendrían las fuerzas que reprimen a aquellos que son explotados por patrones extranjeros? En Changchun, los choferes de taxi antepusieron más bien el principio de su necesaria supervivencia. Tomaron además como modelo la victoriosa huelga de la primavera boreal de 2010 en una ciudad de la provincia de Sichuan (los intercambios de experiencias se multiplican) para decretar una huelga de tres días, el plazo necesario para que las autoridades centrales tomaran conocimiento del conflicto e intervinieran. Finalmente, ubicaron a su movimiento bajo una triple consigna: ni líderes reconocidos, ni organización formal, ni violencia.
Lejos de ser apoyados por el gobierno chino (las huelgas son un medio demasiado peligroso para promover un aumento de salario y el desarrollo del consumo interno), estos movimientos preocupan a las autoridades centrales. Un proceso que, de manera imperceptible pero tenaz, modifica las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados.


1 Entrevista realizada por He Meichuan, investigador de la Universidad de Zhongshan (Cantón), Foshan, 29-5-10. Le agradecemos haber puesto este documento a nuestra disposición.
2 Varios obreros calcularon sus gastos: aportes previsionales (132 yuanes), cobertura médica (41 yuanes), vivienda (126 yuanes), aporte sindical obligatorio (5 yuanes). Así, su ingreso mensual es de apenas 1.207 yuanes. Los gastos de la vida cotidiana ascienden a un promedio de 500 yuanes por mes, a los que hay que sumar 250 yuanes, si los trabajadores se alojan fuera de la fábrica. El Banco Mundial estima en 1.684 yuanes el salario mensual promedio que necesita un adulto chino con hijos a cargo, para hacer frente a las necesidades básicas.
3 South China Morning Post, Hong Kong, 22-7-10.
4 South China Morning Post, 16-7-10.
5 Xinhua News Agency, Pekín, 16-7-10.
6 Les ruses de la démocratie. Protester en Chine, pág. 267.
*Directora de investigación del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), directora de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS). Última obra publicada: Les ruses de la démocratie. Protester en Chine contemporaine (junto con Hua Linshan), Seuil, París, 2010.

Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ lemondediplomatique.com.pe