5 feb. 2011

Victoria pírrica de Alemania

 Crecimiento en alza, desempleo en baja: la industria alemana renace vigorosa. Estos resultados parecen confirmar un modelo económico que reposa en las exportaciones, el estancamiento de los salarios y la desreglamentación del trabajo. ¿Cuáles serán las consecuencias a largo plazo? La implementación de esta estrategia acentuará peligrosamente los desequilibrios comerciales y desestabilizará la unión monetaria en Europa, al obligar al resto de países a una mayor austeridad salarial y presupuestaria para tratar de recuperar su competitividad ante Alemania.

Los dirigentes alemanes muestran una confianza inquebrantable en la solidez de su economía. Socialdemócratas o conservadores se alegran de haber llevado a cabo, en los últimos diez años, las reformas estructurales que habrían catapultado al país al puesto de “mayor exportador del mundo”, título que le arrebató China en 2009, actualmente primer exportador mundial en valor.
Sin embargo, la economía alemana sufrió duramente la crisis financiera de 2008 y el consecuente derrumbe del comercio mundial. El Producto Interno Bruto (PIB) cayó un 5% en 2009, mientras que el de los demás países europeos “apenas” se redujo un 3,7%. A pesar de ello, Alemania es siempre considerada un modelo de estabilidad en el seno de la Unión Europea (UE), especialmente en relación con los países periféricos (Portugal, Italia, Grecia, España, Irlanda). Se menciona, por ejemplo, su moderado déficit presupuestario, inferior al 3% del PIB en 2009 (debería rondar el 5% en 2010), contra el 8% en Portugal, casi el 14% en Grecia y el 8% en Francia. Por sus esfuerzos y su disciplina, habría ganado –y se merecería– la “confianza de los mercados”. Un modelo a seguir.
Esta lectura de la crisis, dominante más allá del Rhin, no resiste ningún análisis. Si la mayor economía europea (que concentra por sí sola un cuarto del PIB de la eurozona) continúa con su estrategia de crecimiento basada en las exportaciones, los desequilibrios comerciales se agravarán y obligarán a los demás países miembros a la austeridad presupuestaria y salarial, con el fin de recuperar su competitividad frente a Alemania. Tomadas simultáneamente, estas medidas corren el riesgo de generar una espiral negativa, que combina aumento del desempleo, deflación y tensiones sociales. Este diagnóstico coincide exactamente con el realizado por John Maynard Keynes en su crítica al mercantilismo, doctrina desarrollada en el siglo XVI, según la cual cada nación debe mejorar su balanza comercial a costa de sus vecinos, lo que hace caer inevitablemente la demanda global a un nivel demasiado bajo como para mantener la cohesión del conjunto del sistema. El neomercantilismo alemán desestabiliza la unión monetaria europea. Sin embargo, fue objeto de consenso, al menos hasta 2009.
Quien inició esta política fue el Partido Socialdemócrata (SPD), que gobernó Alemania de 1998 a 2005, antes de que el canciller Gerhard Schröder cediese su puesto a Angela Merkel, quien tomó entonces las riendas de un gobierno de coalición dominado por los conservadores (CDU). Al SPD le resulta difícil admitir que las “reformas estructurales” iniciadas en 2002, en el marco de un vasto programa titulado Agenda 2010, contribuyeron al debilitamiento del consumo interno alemán y a generar los desequilibrios actuales. En su Plan para Alemania, dado a conocer públicamente para las elecciones federales de 2009, el candidato del SPD, Frank-Walter Steinmeier, alababa así el éxito de la Agenda 2010: “Desde 1998, los socialdemócratas hemos modernizado Alemania y restablecido su competitividad internacional.
En cooperación con los aliados sociales y gracias a los esfuerzos de moderación salarial, supimos hacer que nuestras empresas (y nuestros productos) se ubicaran nuevamente en un primer plano en el mercado mundial. El país que los medios de comunicación internacionales hace diez años llamaban ‘el gran enfermo europeo’ se convirtió en la locomotora de la Unión”.

Reducción salarial

La “modernización”, denominación discreta de la desregulación del mercado laboral, comenzó de hecho en los años 90, y se aceleró bajo el efecto de la Agenda 2010. Consiste en reducir la participación de los salarios en la riqueza nacional, profundizando las desigualdades. En un discurso pronunciado en el Foro Económico Mundial de Davos, en 2005, el canciller Gerhard Schröder resumía: “Hemos creado un sector del mercado laboral donde los salarios son bajos y modificamos el sistema de subsidio por desempleo con el fin de crear fuertes incentivos al trabajo”. Conforme a las recomendaciones del Consejo de Análisis Económico alemán y de la mayoría de los especialistas, el gobierno aún se niega a establecer un salario mínimo legal, por temor a relajar la presión sobre los salarios. Estas decisiones, combinadas con las reiteradas negativas a extender a todos los sectores los acuerdos empresariales, apuntan a desmantelar el sistema de negociación salarial implementado en la posguerra. En este sentido, el gobierno alemán comparte al parecer la convicción de Hans-Werner Sinn, un asesor muy influyente, quien estimaba en 2009: “El desarrollo de un sector de bajos y muy bajos salarios no es la prueba del fracaso de la Agenda 2010, sino de su éxito” (1).
Para quienes se interesan por los rendimientos de la economía alemana en los últimos diez años, esta visión optimista se basa más en convicciones de orden ideológico que en datos concretos. Junto con Italia, Alemania vivió el crecimiento más bajo de la eurozona entre 1999, año del lanzamiento de la moneda única, y 2007, año que precedió a la actual crisis. Su economía creó menos empleo que la de Francia, España o Italia (y este retraso persiste, si se tienen en cuenta las diferencias de PIB). Incluso el período de prosperidad de 2005-2008, que algunos responsables políticos no dudaron en calificar de “nuevo milagro económico alemán”, generó menos empleo que en Francia durante los mismos años o al inicio del milenio (como consecuencia de la introducción de las 35 horas).
Al mismo tiempo, la diferencia entre ricos y pobres aumentó tan rápido que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) expresó su preocupación: entre 2000 y 2005, señala un informe, “la desigualdad salarial y la pobreza se desarrollaron más rápido en Alemania que en cualquier otro país de la OCDE” (2). Incluso durante la reactivación de 2005-2008, el Coeficiente de Gini, que crece con la desigualdad, subió cuatro puntos en Alemania. Semejante aumento se explica en parte por la desregulación del mercado laboral, que generó el estancamiento e incluso la caída de los salarios, aun durante el boom de 2005-2008. También tiene su origen en el retroceso del Estado de Bienestar y del gasto público en general. Así, según datos de la Comisión Europea, Alemania es el único país, junto con Japón, donde el gasto público, teniendo en cuenta la inflación, disminuyó entre 1998 y 2007. En la eurozona, aun incluyendo a Alemania, el gasto público aumentó un 14% en el mismo período… Este retroceso del Estado es consecuencia de reducciones impositivas sustanciales en favor de las empresas y los contribuyentes de mayores recursos, así como de la obstinada intención de “hacer que el presupuesto recupere el equilibrio” y reducir la deuda pública.
El contraste muy pronunciado entre una economía interna debilitada y un sector exportador muy dinámico deriva en gran parte de esta política. Entre 1999 y 2007, Alemania fue el único país de la eurozona en el que las exportaciones contribuyeron más al crecimiento del PIB que la actividad económica interna. El consumo de los hogares sigue siendo anémico, debido a la caída de los salarios reales y a la sensación de inseguridad generada por las reformas del mercado laboral y el sistema de protección social. Del mismo modo, la contribución del gasto público al crecimiento fue la más débil de todos los Estados miembros.

Las lecciones de Keynes

Desde luego, la “moderación salarial” estimula la competitividad de las exportaciones alemanas. Pero ¿a qué precio para la UE? En el marco de una unión monetaria, las diferencias de competitividad entre países ya no pueden compensarse con devaluaciones nominales. En consecuencia, cuando la evolución del costo unitario de la mano de obra (fuertemente relacionado con la tasa de inflación nacional) difiere entre varios países, algunos ganan mecánicamente en competitividad con respecto a los demás. Ahora bien, en el período 1999-2007, el costo unitario de la mano de obra creció menos del 2% en Alemania, mientras que aumentaba del 28% al 31% en Grecia, Irlanda, Portugal y España. Esto significa que todos los demás países perdieron en competitividad respecto de Alemania, pero también que, al tener Alemania una inflación menor, las tasas de interés reales fueron allí más altas, lo que continuó debilitando la demanda interna. Incluso en Francia, donde el costo unitario de la mano de obra sólo aumentó un 17% entre 1999 y 2007 (lo que corresponde aproximadamente al objetivo de inflación determinado por el Banco Central Europeo), la balanza comercial, superavitaria de 1999 a 2003, se inclinó –y luego cayó– del lado deficitario.
Ahora bien, los ataques especulativos de la última primavera estaban mucho más ligados a los desequilibrios de la balanza comercial de los países europeos mencionados que a su déficit presupuestario.
Entre 1999 y 2007, el déficit público de España nunca superó el límite del 3% impuesto por el Tratado de Maastricht y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento europeo (a título comparativo, Alemania no respetó este criterio entre 2002 y 2005). Mejor aún: durante este período, la deuda pública española, expresada en porcentaje del PIB, se redujo del 62% al 36% (mientras que en Alemania aumentaba del 61% al 65%) y el Estado incluso acumuló excedentes entre 2005 y 2007. En cambio, en el sector privado (hogares y empresas), los gastos superaron sistemáticamente los ingresos, especialmente a causa de la burbuja inmobiliaria. De allí un déficit constante que alcanzó algunos años el 12% del PIB. Al ser la balanza entre lo público y lo privado netamente negativa, la deuda global aumentó significativamente. Y cuando la burbuja del endeudamiento privado estalla y el desempleo explota, a partir de 2008, el Estado español debe asumir los créditos actualmente imposibles de pagar, lo que obliga a tomar préstamos masivamente. De repente, los mercados cuestionan la solvencia de España. La situación es similar en Irlanda, donde el endeudamiento público retrocedió del 49% al 25% entre 1999 y 2007, pero donde los déficits privados aumentaron durante el mismo período (en Grecia y Portugal, el Estado fue también durante mucho tiempo deficitario, pero en proporciones inferiores a las del sector privado). Son pues los déficits comerciales –generadores de deuda externa, mucho más que el déficit presupuestario del Estado– los que afectan la solvencia de un país y lo exponen a la especulación financiera.
Los dirigentes alemanes se equivocan entonces al celebrar las “reformas estructurales” que habrían vuelto al país más “sólido” y más “seguro” a los ojos de los inversores. La aparente fuerza de Alemania no es sino una victoria pírrica. Según Plutarco, mientras lo felicitaban por su nueva victoria sobre los romanos, el rey de Epiro habría declarado: “Si obtenemos otra victoria como ésta, será nuestro fin”; puesto que había perdido en la batalla gran parte de sus fuerzas, así como a la mayoría de sus oficiales y aliados.
La situación de Alemania no es muy diferente: su victoria en la guerra de la mundialización fue arrancada a un precio muy caro. En el plano social, primero, con la explosión de la desigualdad, la pobreza y la caída de los salarios reales, incluso para la clase media. En el plano político también, a escala europea, ya que sus mejores aliados sufren las consecuencias del neomercantilismo alemán y dudan cada vez más abiertamente de la solidaridad europea de Merkel. En efecto, la estrategia alemana, centrada únicamente en las exportaciones, sólo puede funcionar si todos sus socios siguen acentuando sus déficits comerciales. Los cuales, tal como se vio, son precisamente responsables de la crisis actual.
Incluso desde el punto de vista de su estricto interés nacional, es absurdo convertirse en el “mayor exportador mundial” para quejarse luego del costo de las medidas de rescate que se tornaron indispensables debido al endeudamiento insostenible de los importadores (más del 40% de las exportaciones alemanas están destinadas a los países de la eurozona). La unión monetaria no puede funcionar durante mucho tiempo si su economía más poderosa contribuye tan poco a la demanda global. Es una de las lecciones a aprender del análisis realizado por Keynes de las guerras comerciales que destrozaron Europa en la primera mitad del siglo pasado.
Los socialdemócratas comenzaron además a revisar su doctrina. En el Plan para Alemania de 2009, el SPD reconoce implícitamente que “la contrapartida de la dominación alemana en el terreno de la competitividad es un débil consumo. (…) Será necesario tornar más equitativa la distribución del ingreso y desarrollar las inversiones públicas”.
Pero los conservadores conducidos por Merkel no tienen intención alguna de modificar la política actual.


1 Hans-Werner Sinn et al., “Die Agenda 2010 und die Armutsgefährdung”, Ifo Schnelldienst, Munich, N° 17, 2009, págs. 23-27.
2 OCDE, “Growing Unequal? Income Distribution and Poverty in OECD Countries. Country note: Germany”, París, 2008.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/victoria-pirrica-de-alemania