Entre lengua y ciudadanía
Por Akram Belkaïd*, enviado especial
Los Emiratos Árabes Unidos, “invadidos”
Los inmigrantes han constituido siempre un grupo humano,minoritario
por naturaleza, marginado y hasta estigmatizado por la sociedad en la
que se incrustan. ¿Pero qué pasaría si los extranjeros fueran la mayoría
aplastante de un país y su población autóctona apenas un 17%? Tal es el
caso, absolutamente peculiar, de los Emiratos Árabes Unidos, donde la
clase dirigente se debate entre la apertura al mundo moderno y el
énfasis en la defensa de sus rasgos identitarios.
Un niño de unos diez años, con calzado deportivo con rueditas en los
talones, se luce en derrapes y figuras acrobáticas sobre el mármol del
Marina Mall, uno de los principales centros comerciales de Abu Dhabi,
capital de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Acodado a la barandilla de
un piso más alto, su padre, un emiratí que lleva la tradicional
dishdasha inmaculadamente blanca, lo interpela en árabe, solicitándole
que suba de inmediato. El hijo parece no escuchar, y persiste en la
imitación de dos chicas occidentales que se deslizan sobre el hielo de
una pista de patinaje cercana. El padre acaba enojándose, y esta vez en
lengua inglesa, promete confiscarle el calzado y un buen correctivo. El
chico obedece inmediatamente mientras su padre, tomando como testigos a
sus amigos, pero también a los clientes y curiosos que asistieron a la
escena, dice: “¡A lo que hemos llegado con ‘su’ lengua inglesa! ¡Cuando
le hablo en árabe se hace el que no entiende nada!”.
El triunfo del inglés
Una vez que padre e hijo se han ido, algunos emiratíes reunidos en
torno a una mesa de una terraza vecina comentan el incidente. “Eso pasa
en muchas familias. Ya no se sabe muy bien si los niños están aquí o si
se están convirtiendo en pequeños estadounidenses o ingleses, incapaces
de expresarse correctamente en árabe. Es un tema realmente preocupante.
Nos obliga a reflexionar sobre cómo debemos reformar nuestro sistema
educativo. La preservación de nuestra identidad está en juego”, explica
Jalal Al-Sultan, hombre de negocios de Dubai. Su vecino, Youcef Al-Aisa,
funcionario del Estado Federal (1), recuerda que la lengua inglesa es a
menudo presentada como la solución a todos los problemas de los
Emiratos: “Algunos bromistas llegaron incluso a afirmar que iban a
obligar a los muecines a emitir el llamado a la oración en inglés, y por
si fuera poco con acento de Oxford…”.
Desde 2008, oficialmente bautizado como “año de la identidad
nacional” por las autoridades federales, el debate sobre la utilización
de la lengua inglesa no ha dejado de conmover a la sociedad, llegando a
veces a sorprender por su virulencia. Por un lado, los que reivindican
una apertura al mundo y la necesidad de anclar en la modernidad,
incorporando el inglés a la enseñanza; por el otro, aquellos para
quienes un cambio de ese tipo menoscabaría inevitablemente la identidad
emiratí, a la vez que árabe y musulmana de los “locales”, como se
complacen en llamarlos los expatriados occidentales.
En noviembre de 2009, ante un grupo de periodistas venidos del mundo
entero para asistir a las celebraciones del trigésimo octavo aniversario
de la creación de la Federación de los Emiratos Árabes Unidos, Abdul
Aziz-Al Ghurair, speaker del Consejo Nacional Federal, órgano consultivo
integrado en su mitad por representantes electos, difundió un mensaje
sin ambigüedades: “Somos una sociedad abierta, pero no es cuestión de
perder nuestra identidad. Si no tomamos recaudos, vamos a desaparecer,
tragados por las corrientes de la globalización. ¡No veo por qué los
quebequenses tendrían derecho a seguir siendo ellos mismos y nosotros
no!”.
Ese mismo día, y frente al mismo auditorio, el muy influyente
ministro de Educación Superior, jeque Nahyane Ben Mubarak, se expresaba
de modo muy distinto: “Estamos orgullosos de nuestra lengua y de nuestra
identidad, pero eso no quita que el inglés es la lengua de las ciencias
y de la tecnología. No podemos rezagarnos en la competencia global. Si
queremos que nuestros hijos contribuyan a que su país se convierta en un
verdadero competidor en la globalización, no hay otra alternativa que
enseñar en inglés”.
En febrero de 2010, un coloquio sobre el empleo de los jóvenes
diplomados, organizado por el Emirates Center for Strategic Studies and
Research (ECSSR), principal “tanque de pensamiento” de Abu Dhabi,
demostró que ese debate distaba de estar concluido. “Primero nos dijeron
que nuestras universidades tenían debilidades, y que debían adoptar la
lengua inglesa. Luego nos explicaron que para mejorar el nivel había que
solicitar ayuda a universidades extranjeras. Pero al día de hoy no
hemos solucionado el problema de nuestros jóvenes diplomados desocupados
y peor aún, muchos de ellos no saben quiénes son. Ya sea que hable
inglés o no, un desocupado sigue siendo un desocupado”, señala
irónicamente el universitario Khalifa Al-Souwaidi.
Lejos de los clisés que tienden a presentar a las sociedades del
Golfo como atrasadas, este debate revela en realidad un cuestionamiento
más vasto y profundo. A pesar de los sinsabores financieros del emirato
de Dubai (2), la Federación sigue siendo uno de los países más ricos del
mundo, gracias a los enormes recursos de Abu Dhabi. En 2010, el
crecimiento de su Producto Interior Bruto (PIB) debería alcanzar el 5%, y
la crisis financiera no frenó la afluencia de trabajadores extranjeros:
estos últimos siguen representando cerca del 83% de una población total
que las cifras oficiales publicadas en octubre de 2009 estiman en 5
millones de individuos. Esta dependencia de una mano de obra no
nacional, sea o no calificada, constituye la principal preocupación en
materia de identidad nacional.
Un alto funcionario, que prefiere preservar su anonimato, nos confía:
“Nosotros somos minoritarios en nuestro propio país, donde cohabitan
cerca de doscientas nacionalidades. Esto puede traducirse en una
sensación de estar rodeados, lo que provoca a su vez un endurecimiento
identitario. Así se explica, por ejemplo, el debate sobre la lengua
inglesa. Nosotros queremos seguir siendo diferentes de aquellos a
quienes recurrimos para construir nuestro país. Empezar a hablar su
idioma constituye un factor de homogeneización que atemoriza a muchos.
También por eso nos ponemos tan firmes en el tema del traje nacional,
que todo funcionario debe llevar obligatoriamente”.
Conscientes de este desafío identitario, numerosos expertos locales
no ocultan su inquietud frente a la implacable lógica demográfica. Sea
cual sea el guión económico adoptado, los emiratíes siempre necesitarán
mano de obra exterior, y sobre todo, seguirán siendo minoritarios en su
propia tierra, con la angustiante perspectiva de no representar más que
el 10% de la población en 2020. Gameel Mohamed, investigador del
Emirates College for Advanced Education, advierte: “Es urgente que
realicemos un verdadero debate nacional sobre este asunto. Si no se hace
nada, si no se aportan soluciones para reducir nuestra dependencia
respecto de los trabajadores extranjeros, no debe excluirse la hipótesis
de que los árabes del Golfo acaben siendo un día las poblaciones
aborígenes de la región. Las ‘primeras naciones’, como los indígenas de
América, a las que por su escaso número se les impondrán tradiciones y
valores que nada tienen que ver con su herencia”.
Esta preocupación va siendo más compartida a medida que ciertas
reivindicaciones provenientes de algunas comunidades extranjeras se van
haciendo cada vez más insistentes. Por ejemplo, representantes indios
del mundo de los negocios, instalados en Dubai y Abu Dhabi desde hace
tres generaciones, reclaman periódicamente una extensión de la
nacionalidad emiratí a los extranjeros nacidos en el territorio de los
Emiratos. “Yo nací aquí y nunca pisé India, tierra de origen de mis
padres. Considero que Dubai es mi ciudad y que los Emiratos son mi país,
pero pueden expulsarme de un día para el otro. Eso no es justo”,
testifica Nancy R. Natyam, joven consultora de comunicación.
La prensa local, en particular la anglófona, publica regularmente
alegatos redactados por personas originarias del subcontinente indio,
pero también por intelectuales anglosajones, a favor de una reforma de
la muy severa legislación sobre las naturalizaciones. Las autoridades
toleran esos reclamos, impensables diez años atrás, procedentes de
comunidades mayoritariamente bien integradas a nivel económico, y cuya
situación material contrasta con la de los contingentes de trabajadores
temporarios “importados” por los requerimientos de las obras de
construcción.
Invasión de extranjeros
Pero la hipotética naturalización masiva de ciudadanos extranjeros,
en especial asiáticos, es firmemente rechazada por los dirigentes
locales. Un alto jerarca de Abu Dhabi, para quien lo urgente es reducir
la dependencia respecto de los trabajadores extranjeros, incitando a la
juventud local a ponerse a trabajar, nos confía: “Terminaríamos
diluidos, y eso sería el fin de la identidad emiratí”. Y ya que estamos,
citemos las declaraciones de Majid Al-Alawi, ministro de Trabajo del
vecino emirato de Bahrein, para quien “los trabajadores extranjeros
representan para las poblaciones del Golfo un peligro mayor que la bomba
atómica o un ataque israelí”.
Esta desconfianza vale también para los ciudadanos oriundos de otros
países árabes. Es verdad que un puñado de ellos, en particular los
palestinos presentes en la región desde 1948, consiguieron finalmente la
preciosa nacionalidad, pero no dejan de ser una excepción. “Naturalizar
a egipcios o magrebíes permitiría aumentar la población emiratí al
tiempo que se preserva parte de nuestra identidad árabe y musulmana. No
podremos hacer otra cosa si no queremos quedar sumergidos por las
poblaciones del subcontinente indio”, analiza en privado un banquero de
Dubai, al tiempo que reconoce el carácter muy hipotético de un proceso
de ese tipo: las autoridades locales desconfiarían de esas poblaciones
árabes susceptibles “de plantear reivindicaciones políticas una vez que
hayan sido naturalizadas”.
Interrogadas sobre una hipotética falta de voluntad de integración de
los extranjeros, las autoridades se defienden de toda xenofobia.
“Nosotros no le mentimos a nadie. Toda persona que tenga competencias es
bienvenida en los Emiratos Árabes Unidos, pero tiene que irse una vez
terminado su contrato de trabajo. No podemos hacer como Francia o
Canadá, donde basta residir algunos años para obtener la nacionalidad.
Para nosotros, que no somos muchos, eso sería un caos”, se oye decir en
el entorno del emir Khalifa Bin Zayid Al-Nahyan, presidente de la
Federación.
El muy mediático jefe de Policía de Dubai, general Dhahi Khalfan
Tamim, es una de las pocas personalidades que aborda este tema
públicamente y sin pelos en la lengua. Según él, no se puede reivindicar
la naturalización de cientos de miles de inmigrantes que residen en los
Emiratos bajo pretexto de respetar los derechos de las personas.
“¿Convertir a los emiratíes en una minoría permanente dentro de su
propio país corresponde a los derechos humanos?”, pregunta cada vez que
es interpelado sobre este tema. “Es cierto que los inmigrantes
trabajaron activamente para la construcción de la infraestructura de los
Emiratos. Pero el beneficio que sacaron de ello es aún mayor”, concluye
Tamim.
En la primavera de 2009, durante un foro sobre la identidad nacional
en Dubai, el general llegó a preguntarse en voz alta, en presencia de
altos jerarcas del Estado Federal, si próximamente el candidato a la
presidencia del país no iría a ser un indio… De ahí en más, esta muy
mediatizada invectiva es citada cada vez que se aborda la cuestión de la
identidad de los Emiratos Árabes Unidos y de su desequilibrio
demográfico. Ella sintetiza muy bien la posición conservadora de las
autoridades, y de buena parte de los emiratíes. Pero hasta el momento,
no esboza ninguna solución respecto a uno de los desafíos mayores para
un país que en diciembre de 2011 festejará sus cuarenta años de
independencia.
1 Los Emiratos Árabes Unidos son un Estado Federal compuesto por
siete emiratos: Abu Dhabi, Dubai, Sarja, Fujaira, Ajmán, Ras el Jaima y
Um el Kaiwain. La capital federal es Abu Dhabi.2 Ibrahim Warde, “Dubai, crónica de una caída anunciada”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2010.
*Periodista.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/entre-lengua-y-ciudadani