3 feb. 2011

Afganistán, ¿cómo se financian los talibanes?

 En momentos en que los afganos se preparan para elegir su Parlamento, el sitio de internet Wikileaks se aprestaba a hacer públicos nuevos documentos que confirman el empantanamiento occidental en Afganistán. Sin embargo, el Congreso estadounidense aprobó una partida suplementaria de 59.000 millones de dólares para financiar la guerra en ese país. Fondos que podrían ir a parar en parte a los bolsillos de los talibanes.
Hajji Mohammad Shah no tuvo suerte. El año pasado comenzó a construir una ruta en las cercanías de Kunduz, en el norte de Afganistán: veinticinco kilómetros que permitirían a los agricultores del distrito de Chahar Dara transportar sus productos al mercado de la capital regional. Costo del proyecto: 63.600 euros, financiados por el Banco Asiático de Desarrollo. Apenas comenzaron las obras, un talibán se acercó a exigir un impuesto al Consejo de Ancianos del distrito (comanditarios de la operación), que debió pagar 13.900 euros para que el camino no fuera destruido antes mismo de que lo terminaran. Después se presentó un segundo emisario: también se pagó. Al tercer solicitante le explicaron que ya no tenían dinero. Resultado: un día de marzo de 2010, cuando Shah volvía de almorzar en la ciudad, encontró a sus obreros rehenes de hombres armados que quemaron diez de sus máquinas. Las pérdidas alcanzaron los 176.000 euros. Y puede soñar con reclamar el seguro…
Mohammad Omar, el gobernador de Kunduz, tiene dudas sobre la explicación: no sabe si los ancianos no pagaron lo suficiente o si no sobornaron a quien tenían que sobornar. Fatalista, resume: “Aquí, los talibanes hacen lo que quieren. Matan, torturan, extorsionan a voluntad”. Omar conoce el alcance del sistema de extorsión implementado por su homólogo talibán, el “gobernador en las sombras” de Kunduz, que cobra un porcentaje por casi todo lo que se construye en la región: caminos, puentes, escuelas, clínicas… Cuanto más se “reconstruye” Afganistán, más se enriquecen los talibanes.

Garantes de la seguridad


La respuesta a la pregunta “¿qué llena los bolsillos del mullah Omar?” suele reducirse a una sola palabra: “opio”. Sin embargo, según un informe publicado a fines de 2009 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (1), el comercio de opio sólo representa entre un 10% y un 15% de los ingresos de los talibanes (tasas y tráfico).
“La mayor parte del dinero se recauda localmente –confirma Kirk Meyer, responsable del Afghan Threat Finance Cell en la embajada de Estados Unidos en Kabul–. No sabemos en qué medida las ganancias provenientes del opio de Helmand (2) se redistribuyen hacia las provincias más pobres. En las otras zonas, los talibanes viven de donaciones que envían organizaciones no gubernamentales falsas, de secuestros y del contrabando de cedro y minerales de cromo en la frontera paquistaní”.
Abdul Kader Modjaddedi, un ingeniero de 32 años, es sobrino de Sibghatullah Modjaddedi, actual presidente del Senado y primer Presidente de la República tras la caída del régimen comunista en 1992. Por estos días, construye unos escasos siete kilómetros de ruta bajo las montañas de la provincia de Laghman. Obviamente, la maquinaria está rodeada de guardias. Detalle sorprendente: la mitad lleva uniforme, la otra mitad, túnicas tradicionales y, sistemáticamente, tiene barba. ¿Por qué? La segunda mitad de los soldados le ha sido enviada por los jefes talibanes locales, a cambio de 52.000 euros por la duración de toda la obra. “¡No es nada! –asegura sonriente–. Si tuviera que pagar cien guardias, me costaría 16.000 euros por mes. Con los talibanes, son 8.000 euros y la obra está segura.” Modjaddedi sufrió cuatro o cinco ataques, pero desde hace seis meses todo está en calma. El gobernador de la provincia está en la gloria. Los estadounidenses, que financian la ruta a través de un Provincial Reconstruction Team, un programa militar que apunta a “ganar los corazones y las mentes”, no dicen nada.
Esta pequeña construcción en Laghman no es un caso aislado. Wali Mohammad Rasuli, ex viceministro de Obras Públicas, retirado desde hace cuatro meses, defiende el sistema. “He hablado del tema dos veces con el presidente Hamid Karzai, durante más de dos horas. Si terminamos las rutas, la circulación y el comercio mejorarán automáticamente la seguridad. ¡Ya les estamos pagando a los talibanes, hay que terminar con esta hipocresía!” Tanto para el actual ministro, como para todos los donantes internacionales, esta hipótesis es insostenible. La línea oficial es: no se les paga un centavo a los insurgentes.
Los principales objetivos de esta extorsión son los militares estadounidenses, o mejor dicho los subcontratistas que trabajan para ellos. Todos los meses, entre seis y ocho mil convoyes entregan a cerca de doscientas bases el material necesario para llevar adelante la guerra: municiones, combustible, material de oficina, papel higiénico, televisores (3). El servicio de convoyes es prestado casi exclusivamente por empresas privadas, en el marco de un contrato de 2.160 millones de dólares (es decir, el 16,6% del Producto Interno Bruto afgano en 2009), llamado Host Nation Trucking y firmado en marzo de 2009. Un oficial estadounidense de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF) asegura: “No conocemos las redes de subcontratación. No sabemos si pagan a los talibanes para transitar seguros. […] Inyectamos miles de millones en esto y es posible que algunos millones aterricen en manos de los insurgentes”.
Zarghuna Walizada es la única mujer que dirige una compañía de transporte en Afganistán. Nos recibe sin velo, en una oficina de color malva equipada con muebles de los años 1970. Conoce la presión con la que trabajan los estadounidenses y sabe que no pagan los camiones si fueron atacados en el camino. “¿A quién hay que pagar? ¿A la policía?, ¿a los insurgentes?, ¿a los talibanes? No me interesa. Lo que importa es que los camiones lleguen.” En algunos casos, el transporte incluso se realiza sin escolta. “¿Para qué la necesitamos? Los talibanes garantizan nuestra seguridad.”
“Claro que les pagamos a los talibanes –reconoce Ahmad Nawid, patrón del principal sindicato de camioneros–. Por Dios, puede creerme: es pura y simple extorsión. Algunas empresas de seguridad están pidiendo 2.000 dólares por contenedor, por unos cientos de kilómetros de ruta. De ese monto, la mitad debe ir a manos de los talibanes.”
¿Cómo se negocia el paso? No directamente, claro está. “A mi jefe no le gustaría verme negociar cara a cara con los jefes tribales de Helmand –lanza Juan Diego González, ex militar estadounidense y dueño de la empresa de seguridad privada afgana White Eagle–. Tenemos intermediarios, que reclutan a nuestros guardias a nivel local. […] A veces, es el propio jefe tribal o su hijo el que dirige el convoy. A uno sólo le queda esperar que no tengan vínculos demasiado directos con los talibanes.” Afirma trabajar en rutas donde el equilibrio de poderes es inestable: ningún señor de la guerra puede garantizar por sí solo el trayecto. Esto le otorga cierto margen para elegir sus socios. Pero hay otras rutas donde, como advierte un directivo afgano de la empresa privada de origen australiano Tac Force, “si uno decide ir solo, se está metiendo en grandes problemas. El que no tiene la autorización del señor local, muere”. Para él, Tac Force sigue las recomendaciones del Ministerio del Interior afgano para identificar a los “buenos” señores de la ruta.
Actualmente, el más poderoso se llama Ruhullah. Este comandante, que nunca conoció a un oficial del ejército estadounidense, tiene alrededor de cuarenta años. Usa un Rolex bajo su shalwar kamiz –la prenda tradicional–, habla con una voz extrañamente alta y controla buena parte de la Autopista N° 1, que une Kabul con el sur pashtún, a través de Kandahar. Ruhullah trabaja en asociación con los hermanos Popal, propietarios del grupo Watan y primos del presidente Karzai. En su ruta, un convoy típico reúne trescientos camiones, acompañados por entre cuatrocientos y quinientos guardias privados. El paso de un contenedor hacia Kandahar puede facturarse hasta 1.200 euros. En total, según un informe reciente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos (4), el señor de la ruta y sus socios anglófonos acumulan “varias decenas de millones de dólares por año” por escoltar los convoyes estadounidenses. Ruhullah, al igual que los hermanos Popal, niega rotundamente estar pagando a los talibanes en los lugares donde no puede pasar con seguridad. Afirma haber perdido cuatrocientos cincuenta hombres en el último año.
Muchas compañías de seguridad y de transporte se quejaron en varias oportunidades ante el ejército de Estados Unidos por las pérdidas económicas derivadas del recurso sistemático a los señores de la guerra sin que los militares sepan cómo solucionar el problema.

Redes de dinero


No obstante, el dinero de los talibanes no siempre se gana gracias al fusil. También pasa por banqueros eficaces, discretos, que hacen transitar donaciones importantes provenientes del Golfo, a través de Dubai y Pakistán. Un lugar decisivo: el mercado de cambistas de Kabul. Tres pisos de galerías abiertas a un patio, tablas de madera apoyadas sobre el suelo, repletas de fajos de dólares, rupias, yuanes y una multitud digna de las Halles de París en sus mejores días. Según un estudio del Afghan Threat Finance Cell, el 96% de los afganos prefiere estos mercados antes que las ventanillas de los bancos para sus transferencias de dinero. Les basta con empujar una de las puertas del centenar de oficinas de corredores (hawala) del lugar: puestos estrechos, incomparables con la amplitud de su comercio, donde cada noche media docena de empleados tirados sobre sillones de cuero caliente pasan las ganancias del día por la contadora de billetes. Estas redes datan del siglo VIII. Permiten enviar cientos de miles de euros en pocas horas al otro lado del planeta, a través de un agente afiliado al suyo, por una comisión mínima. Según Hajji Najeebullah Akhtary, jefe del sindicato local de los cambistas, cada día transitan por allí 4 millones de euros. El sistema se basa en la confianza: cada cual conoce a su cliente o a sus garantes.
Desde 2004, el Estado intenta registrar a estos agentes y obtener el detalle mensual de sus transacciones. Akhtary, sentado debajo de un televisor que emite un capítulo del dibujo animado estadounidense Tom y Jerry, recuerda que “decenas de agentes de los servicios secretos pasean por aquí todos los días” y echan un ojo a los libros contables. Pero el mercado de Kandahar, extremadamente activo, sigue siendo inaccesible para los inspectores, por falta de seguridad. Sin embargo, por este sistema de hawala pasa una parte nada despreciable de las finanzas de los talibanes.
La Unidad de Inteligencia Financiera del Banco Central registró el tránsito de 1.300 millones de dólares en billetes saudíes en el país desde enero de 2007. Según su joven director, Mustafá Masudi, “el dinero aparece en las zonas tribales paquistaníes: ¿puede usted decirme quién necesita riales saudíes allí? Los envían desde Peshawar [al norte de Pakistán], por hawala, a Kabul, donde los cambian por dólares. Después, los dólares se fugan hacia las colinas y los riales vuelven a Dubai, de manera totalmente legal, por el aeropuerto”.
Hay que oír al general Mohammad Asif Jabbar Kheel, encargado de la seguridad en el aeropuerto de Kabul, tronar como un leñador contra la ley que autoriza a todo particular a levantar vuelo con varios millones en efectivo, siempre y cuando los declare. En Dubai, las autoridades controlan aun menos el origen de los fondos desde que la crisis económica los golpeó en 2009. Un oficial estadounidense informa que en el último año se transfirieron más de 1.750 millones de euros a los Emiratos desde el aeropuerto de Kabul. Detalle sorprendente: según Masudi, apenas diez personas, en su mayoría agentes de hawala, realiza la mayor parte de estas transferencias. El general Jabbar nos ofrece una lista. Los nombres están subrayados con furia y los montos son impresionantes: 360 millones de euros para uno en 2009, 69 para otro...
Todo este dinero no está ligado a los talibanes. Algunas cifras son legales, otras representan un porcentaje de la ayuda internacional desviada por oficiales y otras están relacionadas con el tráfico de drogas, que está lejos de ser administrado únicamente por la insurgencia. Estos fardos de billetes cargados en las bodegas de Ariana Airlines también son un síntoma de las dificultades del Estado para manejar sus finanzas. El año pasado sólo se lograron reunir 636 millones de euros de ingresos aduaneros, cuando la administración podría cobrar el doble. El director de Aduanas, joven viceministro con buena voluntad, no puede viajar hacia algunas fronteras y se pregunta quién lo protegería de… la policía. En efecto, muchos oficiales ejercen funciones aduaneras por su propia cuenta. En el puesto de Spin Boldak, en la provincia de Kandahar, Mubin Shah prefiere la escolta paternal de un señor de la guerra acusado de complotarse con los talibanes…


1 “Addiction, crime and insurgency. The transnational threat of Afghan opium”, octubre de 2010 (www.unodc.org).
2 Provincia del sudoeste de Afganistán, donde se cultivan grandes cantidades de opio.
3 Véase Syed Saleem Shahzad, “De Cachemira a Afganistán. Los nuevos talibanes”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, octubre de 2008.
4 “Warlord, Inc. Extortion and Corruption Along the U.S. Supply Chain in Afghanistan”, Cámara de Representantes, Washington, 22-6-10.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/afganist%C3%A1n-%C2%BFc%C3%B3mo-se-financian-los-talibanes