26 may. 2010

Pareciera una realidad Peruana, al parecer el sistemas hace agua por todos lados: Las principales crisis que sacudieron la región en las dos últimas décadas tenían como objetivo reivindicaciones políticas o étnicas, y denunciaban a menudo manipulaciones electorales o hechos de corrupción.

¿Revolución social en Kirguizistán?

Jue, 05/20/2010 Por Vicken Cheterian*
Un país estratégico de Asia Central
Refugiado en Bielorrusia tras el levantamiento popular que lo derrocó, Kurmanbek Bakiev afirma seguir siendo el Presidente de Kirguizistán. El gobierno interino, por su parte, anuncia una reforma política y la realización de elecciones presidenciales y legislativas para estabilizar al país. 
Presentado hace apenas diez años como un “oasis de democracia” en el corazón del Cáucaso, Kirguizistán se encuentra al borde de la implosión y de la guerra civil. El 6 de abril último, indignados por la suba de los precios de la energía y por la corrupción endémica en el más alto nivel del Estado, los habitantes de la ciudad de Talas, en el noroeste del país, salieron a las calles para expresar su cólera. Ese mismo día, se apoderaron de los principales centros administrativos de la ciudad y tomaron como rehenes al viceprimer ministro y al ministro del Interior. Al día siguiente, la revuelta alcanzó Bishkek, la capital, donde 5.000 personas marcharon al Palacio Presidencial. Al término de una jornada de enfrentamientos con las fuerzas del orden, se registraron 84 muertos y miles de heridos.
Semejante ola de violencia constituye un fenómeno desconocido en un país donde el hecho más trascendente hasta entonces había sido la muerte de seis manifestantes en enfrentamientos con la policía en Aksy, en 2002. En un primer momento, el presidente Kurmanbek Bakiev se replegó en el sur, en su feudo de Jalal-Abad, para intentar agrupar allí a sus partidarios. Como la contra-manifestación que organizó en Osh, segunda ciudad del país, apenas logró reunir a unos cientos de personas, el 15 de abril Bakiev abandonó Kirguizistán y actualmente se encuentra en Bielorrusia.
Nadie puede predecir si el gobierno interino formado por la ex ministra de Relaciones Exteriores Rosa Otunbayeva logrará retomar las riendas del Estado y responder a las expectativas de una población cada día más sumergida en la pobreza. 

 

Deterioro social 


La era Bakiev se presenta ya como un período de regresión en el proceso de democratización del país. Al asumir el poder en 2005, con el viento a favor de la “Revolución de los Tulipanes” que derrocó al régimen del presidente Askar Akaiev, Bakiev había prometido democracia y probidad. Sin embargo, no bien se hizo cargo de sus funciones, adoptó prácticas represivas y dio muestras de la misma inclinación por el nepotismo que su predecesor. Rápidamente adscribió a la llamada ley “de la familia”, nombrando a sus familiares en puestos clave en los servicios secretos o las embajadas, y se apoderó de las empresas nacionales (1).
En Bishkek, la palabra “privatización” es hoy motivo de bromas, sinónimo de apropiación de los bienes del Estado con fines personales. La de las empresas públicas más lucrativas, en beneficio de Maxim Bakiev, el hijo del Presidente, es uno de los ejemplos más reveladores del sistema implementado en beneficio de un clan que no retrocede ante ninguna exacción. Así, en los últimos meses, los partidos de oposición y los medios de comunicación sufrieron persecuciones cada vez más intensas por parte de las autoridades.
Todo se hizo, principalmente, para impedir la difusión de información proveniente de Italia, relacionada con la detención del socio de Maxim Bakiev, Yevgueni Gurevich, por colusión con la mafia y malversación de fondos. En efecto, Gurevich habría estafado a varias empresas de telecomunicaciones italianas por un monto de 2.000 millones de euros (2).
Los métodos empleados por la familia Bakiev para acallar las críticas, en éste y otros casos, no dejan de recordar aquellos utilizados por los clanes mafiosos. En 2006, el dirigente de la oposición kirguís Omurbek Tekebayev fue detenido en el aeropuerto de Varsovia: se le encontró heroína en sus valijas. No fue necesario mucho tiempo para descubrir que se trataba de una operación montada por los servicios secretos kirguises, dirigidos entonces por Zhanibek Bakiev, el hermano del Presidente. En diciembre de 2009, el periodista Genadi Pavliuk fue arrojado desde lo alto de un edificio de Almaty, en Kazajstán. La oposición sospechó entonces fuertemente de los servicios secretos.
El agravamiento de las dificultades sociales constituye el otro factor que desencadenó el derrocamiento del régimen. Las ganancias obtenidas de la explotación de las minas de oro de Kumtor, principal fuente de ingresos por exportación del país, caen, mientras que la parte de la renta proveniente de los expatriados que viven en Rusia (un tercio de las fuerzas vivas del país) se reduce considerablemente desde la crisis económica y financiera desatada en septiembre de 2008. Según las cifras del Banco Mundial (3), la deuda externa kirguís ascendería a 2.200 millones de euros, es decir, un 48% del Producto Interno Bruto; el 40% de la población viviría actualmente por debajo de la línea de pobreza y el salario mensual promedio no superaría los 50 euros. Edil Baisalov, uno de los voceros del gobierno interino, anunció recientemente la quiebra del país; las arcas del Estado apenas contienen 986 millones de soms, es decir, 16 millones de euros (4). 

Bases militares 


La mayoría de los observadores internacionales percibieron estos hechos como el resultado de una lucha de poder entre Washington y Moscú. En efecto, Kirguizistán es el único país en cuyo territorio conviven bases militares estadounidenses y rusas. Aunque el papel que se le atribuye al Kremlin parece exagerado, el reconocimiento inmediato del gobierno interino indica cuán satisfecho parece Moscú con la partida del presidente Bakiev. Las relaciones se habían deteriorado luego de la firma, en febrero de 2009, de un acuerdo de ayuda económica de 2.100 millones de dólares en favor de Kirguizistán. Durante su visita a Rusia, el presidente Bakiev había anunciado el cierre inminente de las instalaciones estadounidenses. Lo que no le impidió, luego de recibir un cuarto de la suma prometida, celebrar con Washington un nuevo acuerdo que preveía el mantenimiento de la base… Esa afrenta llevó a Moscú a suspender su ayuda.
Si el Kremlin está satisfecho con el “cambio de régimen” en Bishkek, Washington parece más desconcertado. La base aérea de Manas es en efecto un elemento clave de la estrategia de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán. Además del desafío político que representa su mantenimiento, se encuentra también en el centro de un caso de corrupción. Con el fin de conservar sus posiciones en la región, el Pentágono habría celebrado acuerdos con la “familia”, tal como ya había sucedido en los tiempos del presidente Akaiev, pero reservando esta vez los contratos más lucrativos para Maxim Bakiev (5).
Las mayores ganancias se habrían obtenido con la reventa a Estados Unidos, y a precio de mercado, del combustible para consumo interno comprado en Rusia a una tarifa preferencial. El 1º de abril, Moscú exigió  a Kirguizistán que pagara impuestos a la venta de energía, justificando este cambio de actitud con la imposición de nuevas reglamentaciones aduaneras sobre el combustible reexportado hacia terceros países. El gobierno interino exige hoy una investigación sobre el escándalo del combustible de Manas (6). Al tratar con el clan Bakiev a fin de preservar sus posiciones en la región, Washington decidió hacer la vista gorda sobre las promesas incumplidas de democratización, pero también sobre las cuestiones de transparencia.
Fue al sumarse a la oposición, en la primavera boreal de 2005, luego de que el presidente Akaiev le negara el derecho a competir para un cargo electivo, que Otunbayeva apareció por primera vez como una pieza clave del tablero político regional. Egresada de las mejores escuelas del antiguo bloque del Este, hizo carrera en el seno de Ministerio de Relaciones Exteriores soviético antes de ser designada ministra de Relaciones Exteriores de la joven República kirguís tras la caída de la Unión Soviética. En 2004, se encontraba en Georgia como representante especial de las Naciones Unidas durante la “Revolución de las Rosas” y, el 24 de marzo de 2005, día de la caída del régimen de Akaiev, manifestaba junto a Bakiev.
Sin embargo, apenas un año después de la “Revolución de los Tulipanes” expresaba su insatisfacción frente a un público de jóvenes militantes provenientes de todo el país: “Nada cambió. El régimen de Akaiev sigue presente”. Y lamentaba: “Somos un país en eterna transición. Los ciudadanos no ven ninguna diferencia entre el poder y la oposición”. Sin embargo, se mostraba decidida y llena de esperanza: “Hay mucho por hacer para extender el campo de la democracia. Es el momento de crear partidos políticos”. Al respecto, Otunbayeva no disimulaba su impaciencia con relación a los países occidentales, y particularmente frente a la indiferencia de Europa: “Lo único que hacen es otorgar microcréditos, cuando tenemos una enorme necesidad de construir un sistema político multipartidario”. 

 

Nuevos movimientos sociales 


Los acontecimientos de abril revelan una vez más la fragilidad del Estado kirguís. En 2005, manifestaciones que no habían reunido más de 10.000 a 15.000 personas habían bastado para derrocar al gobierno en un día. El presidente Akaiev, que tenía una reputación de autócrata iluminado, no había creído necesario dotarse de un arsenal represivo. Las fuerzas del orden de Bakiev no dudaron en abrir fuego contra la multitud; no obstante, el régimen también cayó. La gran cantidad de víctimas no augura nada bueno y refleja el alto nivel de tensión en un país que hace poco se jactaba de ser la Suiza de Asia Central.
Formar un gobierno y estabilizar la situación no será fácil en un contexto político donde los partidos tienen tantos jefes como militantes. Otunbayeva y su equipo deben volver a empezar. Tendrán que promulgar una nueva Constitución, crear administraciones eficaces e instalar un Parlamento, aunque el sistema multipartidario todavía no haya sido instaurado. Todo ello en un contexto económico muy preocupante. El peso de la deuda no deja de incrementarse y los principales aliados de Kirguizistán, como Rusia, tienen también grandes dificultades. ¿Puede un reformista, a fuerza de puro voluntarismo y en plena recesión económica, lograr una transición hacia un Estado democrático, cuando no posee ni sus instituciones ni su cultura?
También existe el enorme temor de una escisión regional. Una inmensa barrera montañosa, con pasos de más de 3.000 metros de altura, separa los principales polos urbanos, Bishkek al norte y Osh al sur. Nacida en las ciudades del sur, la “Revolución de los Tulipanes” había derrocado al presidente Akaiev, oriundo del norte. Los recientes acontecimientos en las ciudades del norte pudieron más que el régimen de Bakiev, oriundo del sur. La división norte-sur es una realidad tanto política como geográfica.
Sin embargo, el mosaico de componentes regionales, clánicos o étnicos que conforma la nación parece demasiado fragmentado como para permitir la constitución de verdaderos bloques políticos, como por ejemplo en Ucrania durante la “Revolución Naranja”.
Con el trasfondo de la crisis económica mundial y el fracaso de las políticas liberales de la era postsoviética, los acontecimientos de Kirguizistán marcan el retorno masivo de las preocupaciones de orden social en las repúblicas de Asia Central. En 1992, cuando los dirigentes de la nueva Federación de Rusia iniciaron su giro liberal, redujeron los subsidios públicos y realizaron privatizaciones masivas, temían una violenta reacción popular. Sin embargo, la liberalización de los precios y su impacto desastroso en las condiciones de vida de las poblaciones no dieron lugar entonces a ningún levantamiento.
Las principales crisis que sacudieron la región en las dos últimas décadas tenían como objetivo reivindicaciones políticas o étnicas, y denunciaban a menudo manipulaciones electorales o hechos de corrupción. En Talas y Bishkek, fue la suba del precio de la energía lo que lanzó a la población a las calles. La nueva revolución kirguís podría efectivamente entrar en la historia como el primer movimiento social de la era postsoviética. n 
1  “Inevitable family rule in Kyrgyzstan”, Ferghana.ru, 6-11-09.
2  “Kyrgyzstan: Is the financial consultant of Bakiev’s family the associate of Italian mafia?”, Ferghana.ru, 10-3-10.
3  www.worldbank.org.kg
4  Matt Siegel, “Economy in tatters, Kyrgyzstan awaits Russian aid”, Agence France Presse, Bishkek, 11-4-10.
5   Maxim Bakiev obtuvo 6 millones de euros por mes vendiendo combustible a la base aérea de Manas; Andrew E. Kramer, “Fuel Sales to U.S. at issue in Kyrgyzstan”, The New York Times, 11-4-10.
6  Alan Cullison, Kadyr Toktogulov y Yochi Dreazen, “Kyrgyz Leaders say U.S. Enriched Regime”, The Wall Street Journal, Nueva York, 11-4-10. 


*Periodista, autor de War and Peace in the Caucasus, Hurst/Columbia University Press, Nueva York, 2009. 
Biskek, capital de Kirguistán. 
Kirguistán, monumento a la victoria de la Segunda Guerra Mundial (8 de mayo 1945). 
Las arcas del Estado apenas contienen 986 millones de soms, es decir, 16 millones de euros.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/%C2%BFrevoluci%C3%B3n-social-en-kirguizistan