6 feb. 2011


Un “rigor” que no servirá para nada

 Las recetas que aplican los gobiernos europeos para calmar a “los mercados” hacen hincapié en el “rigor” para eliminar los déficits de los Estados, provocados en buena medida por las ayudas al sector privado. Además de hacer pagar la crisis a las clases populares, se corre el riesgo de desembocar en una deflación.
La crisis financiera desemboca, dos años después de la quiebra del banco Lehman Brothers, en el castigo a la población del Viejo Continente, firmemente “invitada” al sacrificio para expiar faltas que no cometió. Aunque desde la era Reagan-Thatcher se conoce bien la propensión de los gobiernos neoliberales a agitar el espantajo de la deuda pública (mantenida por los bajos impuestos consentidos a su clientela acomodada) para reducir los gastos del Estado, privatizar las empresas públicas, recortar los programas sociales y debilitar los sistemas de protección social, no podía predecirse que lo conseguirían otra vez, dado que la habitual “estrategia de shock” (1) parecía tener que deslizarse esta vez por una puerta bastante estrecha.
En efecto, había que asustar a la población lo suficiente para que admitiera que no es posible vivir eternamente “por encima de los medios de que se dispone” y, simultáneamente, tranquilizar a los mercados, ya enloquecidos por el monto de esa deuda. Esta doble operación exigía una cierta destreza, que no todos dominaban completamente. Los dirigentes del Fidesz, el partido liberal húngaro en el poder, no tuvieron buenos resultados cuando quisieron echar sobre la espalda de sus predecesores socialistas el estado supuestamente calamitoso de las finanzas públicas (2). Al comparar la situación de Budapest con la de Atenas, lograron por cierto sacudir los espíritus, olvidando tal vez que “los mercados” no tienen mucho espíritu. Al día siguiente de estos anuncios, el florín húngaro cayó un 3% y la prima de seguro contra el riesgo de no pago de la deuda se disparó, provocando así el efecto inverso al buscado.
Desde entonces, la doctrina se ha afinado, al menos en los discursos, para dar lugar a una suerte de ethos de la moderación, que Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán, se cuidó de enunciar urbi et orbi: “Estamos totalmente convencidos de que una reducción moderada de los déficits públicos es propicia para el crecimiento, no lo pone en peligro, sino que más bien lo estimula a largo plazo”. Experto en psicología de las multitudes, Schäuble da una explicación: “Los alemanes se preocupan cuando la estabilidad monetaria parece no estar garantizada. Se inquietan mucho por saber si los déficits son controlables. Al reducirlos de manera moderada, luchamos contra el sentimiento de incertidumbre de la población y también sostenemos la demanda” (3). Keynes (la demanda) y el rigor en el mismo lecho, bajo la mirada enternecida de la Reina Victoria… Aparentemente, esta escena le agradó a los mercados, ya que desde hace algunas semanas el euro se estabilizó y las tasas de interés de las deudas públicas alemana y francesa alcanzaron un nivel mínimo. Sobre un fondo de indicadores económicos contradictorios (4), Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, quiere creer en ello: “La situación está en vías de normalización” (5).

Un sistema impositivo más justo

Si la vía de la “normalización” significa instalar a Europa en un interminable período de deflación larvada, el pronóstico tiene algunas posibilidades de resultar certero. Pero Martin Wolf, economista no precisamente heterodoxo y cronista vedette del Financial Times, previene: “Cuando Japón –o Canadá o Suecia– practicaron el rigor en los años 1990, la economía mundial, que era relevante, pudo absorber sus ofertas excedentes. Pero no hay una economía suficientemente fuerte como para contrabalancear una nueva recesión en Europa y Estados Unidos. En estas circunstancias, una restricción presupuestaria concertada podría fracasar. A medida que las economías se contraigan, déficits cíclicos más amplios contrarrestarán los esfuerzos de rigor estructural. Una gran parte del planeta se vería embarcada en un juego del ‘cada uno para sí’ ante una política presupuestaria estadounidense cada vez más restrictiva” (6).
Como lo peor nunca es seguro, “los mercados” podrían alentar esta política. Pero cuando se vayan despabilando en lo que se refiere a los objetivos de la reducción de los déficits públicos programados para el 2013 –que tarde o temprano aparecerán como falsos, sin duda con la ayuda de las agencias de calificación de riesgo–, ya no será impensable un segundo crack de las obligaciones. Rendidos ante este nuevo extremo, el plan de salvataje europeo, que lleva a Estados ya muy endeudados a endeudarse nuevamente, esta vez colectivamente, para brindar ayuda a otros Estados sobreendeudados, podría no llegar a ponerse en práctica.
Y dicho plan se parecerá entonces a adosar dos caballetes podridos tratando de sostenerlos juntos gracias a sus respectivas fatigas.
Sin embargo, para armar una estrategia de contrashock opuesta a los liberales no deberíamos tener necesidad de agitar la amenaza de una nueva catástrofe. La situación en que se han hundido las economías de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) habría debido ya legitimar otras opciones…
Si el monto de las deudas públicas se vuelve preocupante (sin ser alarmante), y si la principal amenaza es la deflación, los remedios deberían ser evidentes: detener la dinámica deflacionaria y restablecer un sistema impositivo digno de ese nombre para los altos ingresos y los ingresos del capital. En el Viejo Continente el peligro se agrava por las estrategias de desinflación competitiva adoptadas por los gobiernos que apuestan al rigor salarial para impulsar su economía mediante la demanda externa… proveniente de sus socios menos rigurosos (ver Van Treeck, pág. 20) (7). Si la Europa económica tenía un sentido, ahora apuntaría, por el contrario, hacia una coordinación de las políticas salariales para hacer que las remuneraciones aumenten más rápidamente en los países que acumulan excedentes comerciales, aplanando así (por lo alto) las diferencias de competitividad.
Esta política de “reflación” (8) salarial, concertada a nivel europeo y negociada con los actores sociales, no tiene como único mérito mantener una inflación suave –convertida, de pronto, en controlable sin el concurso del Banco Central Europeo (BCE)– y aligerar las deudas, sino que forzará sin duda a las empresas de los países “hipercompetitivos” y volcados hacia la exportación a comprimir sus márgenes para mantener sus posiciones; lo que sería favorable para un mejor reparto del valor agregado.
Aunque las condiciones de la “reflación” estuvieran dadas, llevar a cabo la recuperación de las finanzas públicas de Europa no plantearía verdaderos problemas. Porque, en promedio, los déficits públicos se deben casi totalmente a la crisis económica y financiera, a los planes de reactivación y a las pérdidas de ingresos fiscales debidos a la caída de la actividad y de los ingresos. En 2007, el año que precedió a la recesión, la suma de los déficits anuales de las finanzas públicas representaba el 0,6% del Producto Interno Bruto (PIB) de la zona euro (0,8% para los Veintisiete). Dos años más tarde, en 2009, esa suma significaba el 6,3% del PIB en la zona euro (6,8% para los Veintisiete). Un retorno a una mejor suerte –que precisamente exigiría detener las políticas del rigor– podría hacer volver esos déficits a límites más deseables.
Por otra parte, para acelerar la marcha de ese restablecimiento, bastaría que esos países se pusieran de acuerdo para luchar (¡con rigor!) contra el fraude fiscal. Este fraude representa, según la opinión de la propia Comisión, entre el 2% y el 2,5% del PIB europeo (9). Hay mucho más para ganar por este lado que recortando el 1% de aumento a los salarios de los funcionarios (o sea, el 0,06% del PIB francés…) (10).

La situación presupuestaria francesa es una excepción. En efecto, el déficit resulta principalmente de la disminución de los impuestos, realizada a contracorriente de los asociados europeos. Según el Tribunal de Cuentas francés, el déficit “estructural” del Estado (11) representaría el 5% del PIB en 2009, es decir alrededor de 100.000 millones de euros anuales.
De ninguna manera proviene de una deriva “estructural” de los gastos públicos que, en realidad, aumentaron muy poco desde el comienzo de los años 2000 (12). Su origen fue aclarado en un informe reciente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, presentado por Gilles Carrez –diputado de la Unión por un Movimiento Popular (UMP)–: “Entre 2000 y 2009, el presupuesto general del Estado habría perdido entre 101.200 millones (5,3% del PIB) y 119.300 millones (6,2% del PIB) de euros en ingresos fiscales, debiéndose alrededor de dos tercios al costo neto de las nuevas medidas –las ‘disminuciones de impuestos’– y el tercio restante a transferencias de ingresos a otros organismos de la administración pública, como la seguridad social y los gobiernos territoriales, principalmente” (13).
La mitad de esas disminuciones de impuestos (de 33.000 a 41.500 millones de euros) se refiere al impuesto a los ingresos, a través de las sucesivas reducciones de los tramos y de la multiplicación de los nichos fiscales; otra buena porción (del orden de los 10.000 millones de euros) se debe a las bajas del impuesto a los beneficios de las sociedades. En cuanto a las exoneraciones de cotizaciones sociales sobre los salarios más bajos, cuya eficacia es por lo menos dudosa en relación con el empleo, representan alrededor de 27.000 millones de euros de pérdida de ingresos, compensados por el Estado a la Seguridad Social. En estas condiciones, restablecer las finanzas públicas exige menos rigor presupuestario que rigor intelectual y moral: para cerrar las cuentas bastaría con dar marcha atrás en ese desorden que constituyen otros tantos regalos hechos a los ingresos salariales más altos y a los ingresos del capital.

Volver a tener el control de los 40.000 millones de euros de impuestos sobre los ingresos perdidos cada año debería constituir un juego de niños. Bastaría con reinstaurar uno o dos tramos, afectados con entre el 50% y el 70%, con un umbral de puesta en marcha suficientemente bien calibrado como para obtener la mencionada suma. En un contexto en que la amenaza de un nuevo crack de las obligaciones no ha desaparecido completamente, podríamos incluso darnos el lujo de ofrecer una opción a los nuevos sometidos a esas tasas: pagar normalmente el suplemento de impuestos debidos (los 40.000 millones en cuestión), o colocar tres veces esa suma en una cuenta, bloqueada durante siete años, destinada a financiar el déficit que esta “opción fiscal” seguiría manteniendo.
En un sentido, esta opción es la que se ofreció durante largo tiempo a las clases pudientes: votar por gobiernos que redujeran sus impuestos otorgándoles como contrapartida títulos de la deuda pública, que comprarían con el dinero así ahorrado. Esta vez habría que cuidar suprimir el doble dividendo que constituye el pago de los intereses sobre esas colocaciones. Una cuenta en una libreta de ahorros (a tasa cero), que se podría bautizar “Libreta L”, por “Liberal” –dado que daría la opción– lograría recoger, en un régimen de estabilidad (al cabo de siete años), 840.000 millones de euros. La economía para el Estado, en términos de intereses pagados por la deuda, sería del orden de los 32.000 millones de euros anuales. Y la mitad de la deuda pública francesa quedaría así asegurada, colocada fuera del mercado, lo que reduciría a casi nada el riesgo de falta de pago percibido por “los mercados”, al mismo tiempo que se volvería a pasar alegremente bajo los criterios del Pacto de Estabilidad. No estaría prohibido para los demás países inspirarse en esta propuesta...


1 Véase Frédéric Lordon, “La revancha neoliberal”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2010.
2 Aunque el gobierno socialista ya había impuesto a los húngaros una cura de austeridad sin precedentes, que llevó al déficit público por debajo del 5% en 2009, en comparación con el 10% en 2006.
3 Entrevista del diario Les Echos, París, 21-7-10.
4 En Estados Unidos, la recuperación parece debilitarse, con una tasa de crecimiento, a ritmo anual, del 2,4% en el segundo trimestre de 2010, después del 5,6% y el 3,7% en los dos trimestres anteriores. La economía estadounidense destruyó más de 130.000 empleos en el mes de julio.
5 AFP (Agence France-Presse), 3-8-10.
6 “Fear must not blind us to deflation’s dangers”, The Financial Times, Londres, 8-7-10.
7 Sobre este punto véase también el informe 2009/2010 del EuroMemorandum Group: “Europe in Crisis: A Critique of the EU’s Failure to Respond and Proposals for a Democratic Alternative”.
8 N. de la T.: La “reflación” es el incremento de la actividad económica engendrada principalmente por la inyección de moneda y de crédito.
9 Documento de trabajo de los servicios de la Comisión, 2006.
10 El cálculo es nuestro.
11 Es decir, la parte del déficit público que no se explica por la crisis.
12 Los gastos públicos representaban el 55% del PIB en 1993, el 51,5% en 2000 y el 52,5% en 2009, sin considerar las medidas para la recuperación.
13 Informe de la Comisión de Finanzas, N° 2.689, junio de 2010.

Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/un-%E2%80%9Crigor%E2%80%9D-que-no-servir%C3%A1-para-nada