8 jun. 2010

Que tal si lo hacemos a la inversa y no no dejamos quitar la comida que se llevan...? “Estamos orgullosos de nuestra lengua y de nuestra identidad, pero eso no quita que el inglés es la lengua de las ciencias y de la tecnología. No podemos rezagarnos en la competencia global. Si queremos que nuestros hijos contribuyan a que su país se convierta en un verdadero competidor en la globalización, no hay otra alternativa que enseñar en inglés”.

Entre lengua y ciudadanía

Por Akram Belkaïd*, enviado especial
Los Emiratos Árabes Unidos, “invadidos”
 
Los inmigrantes han constituido siempre un grupo humano,minoritario por naturaleza, marginado y hasta estigmatizado por la sociedad en la que se incrustan. ¿Pero qué pasaría si los extranjeros fueran la mayoría aplastante de un país y su población autóctona apenas un 17%? Tal es el caso, absolutamente peculiar, de los Emiratos Árabes Unidos, donde la clase dirigente se debate entre la apertura al mundo moderno y el énfasis en la defensa de sus rasgos identitarios. 
Un niño de unos diez años, con calzado deportivo con rueditas en los talones, se luce en derrapes y figuras acrobáticas sobre el mármol del Marina Mall, uno de los principales centros comerciales de Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Acodado a la barandilla de un piso más alto, su padre, un emiratí que lleva la tradicional dishdasha inmaculadamente blanca, lo interpela en árabe, solicitándole que suba de inmediato. El hijo parece no escuchar, y persiste en la imitación de dos chicas occidentales que se deslizan sobre el hielo de una pista de patinaje cercana. El padre acaba enojándose, y esta vez en lengua inglesa, promete confiscarle el calzado y un buen correctivo. El chico obedece inmediatamente mientras su padre, tomando como testigos a sus amigos, pero también a los clientes y curiosos que asistieron a la escena, dice: “¡A lo que hemos llegado con ‘su’ lengua inglesa! ¡Cuando le hablo en árabe se hace el que no entiende nada!”.

El triunfo del inglés 


Una vez que padre e hijo se han ido, algunos emiratíes reunidos en torno a una mesa de una terraza vecina comentan el incidente. “Eso pasa en muchas familias. Ya no se sabe muy bien si los niños están aquí o si se están convirtiendo en pequeños estadounidenses o ingleses, incapaces de expresarse correctamente en árabe. Es un tema realmente preocupante. Nos obliga a reflexionar sobre cómo debemos reformar nuestro sistema educativo. La preservación de nuestra identidad está en juego”, explica Jalal Al-Sultan, hombre de negocios de Dubai. Su vecino, Youcef Al-Aisa, funcionario del Estado Federal (1), recuerda que la lengua inglesa es a menudo presentada como la solución a todos los problemas de los Emiratos: “Algunos bromistas llegaron incluso a afirmar que iban a obligar a los muecines a emitir el llamado a la oración en inglés, y por si fuera poco con acento de Oxford…”.
Desde 2008, oficialmente bautizado como “año de la identidad nacional”  por las autoridades federales, el debate sobre la utilización de la lengua inglesa no ha dejado de conmover a la sociedad, llegando a veces a sorprender por su virulencia. Por un lado, los que reivindican una apertura al mundo y la necesidad de anclar en la modernidad, incorporando el inglés a la enseñanza; por el otro, aquellos para quienes un cambio de ese tipo menoscabaría inevitablemente la identidad emiratí, a la vez que árabe y musulmana de los “locales”, como se complacen en llamarlos los expatriados occidentales.
En noviembre de 2009, ante un grupo de periodistas venidos del mundo entero para asistir a las celebraciones del trigésimo octavo aniversario de la creación de la Federación de los Emiratos Árabes Unidos, Abdul Aziz-Al Ghurair, speaker del Consejo Nacional Federal, órgano consultivo integrado en su mitad por representantes electos, difundió un mensaje sin ambigüedades: “Somos una sociedad abierta, pero no es cuestión de perder nuestra identidad. Si no tomamos recaudos, vamos a desaparecer, tragados por las corrientes de la globalización. ¡No veo por qué los quebequenses tendrían derecho a seguir siendo ellos mismos y nosotros no!”.
Ese mismo día, y frente al mismo auditorio, el muy influyente ministro de Educación Superior, jeque Nahyane Ben Mubarak, se expresaba de modo muy distinto: “Estamos orgullosos de nuestra lengua y de nuestra identidad, pero eso no quita que el inglés es la lengua de las ciencias y de la tecnología. No podemos rezagarnos en la competencia global. Si queremos que nuestros hijos contribuyan a que su país se convierta en un verdadero competidor en la globalización, no hay otra alternativa que enseñar en inglés”.
En febrero de 2010, un coloquio sobre el empleo de los jóvenes diplomados, organizado por el Emirates Center for Strategic Studies and Research (ECSSR), principal “tanque de pensamiento” de Abu Dhabi, demostró que ese debate distaba de estar concluido. “Primero nos dijeron que nuestras universidades tenían debilidades, y que debían adoptar la lengua inglesa. Luego nos explicaron que para mejorar el nivel había que solicitar ayuda a universidades extranjeras. Pero al día de hoy no hemos solucionado el problema de nuestros jóvenes diplomados desocupados y peor aún, muchos de ellos no saben quiénes son. Ya sea que hable inglés o no, un desocupado sigue siendo un desocupado”, señala irónicamente el universitario Khalifa Al-Souwaidi.
Lejos de los clisés que tienden a presentar a las sociedades del Golfo como atrasadas, este debate revela en realidad un cuestionamiento más vasto y profundo. A pesar de los sinsabores financieros del emirato de Dubai (2), la Federación sigue siendo uno de los países más ricos del mundo, gracias a los enormes recursos de Abu Dhabi. En 2010, el crecimiento de su Producto Interior Bruto (PIB) debería alcanzar el 5%, y la crisis financiera no frenó la afluencia de trabajadores extranjeros: estos últimos siguen representando cerca del 83% de una población total que las cifras oficiales publicadas en octubre de 2009 estiman en 5 millones de individuos. Esta dependencia de una mano de obra no nacional, sea o no calificada, constituye la principal preocupación en materia de identidad nacional.
Un alto funcionario, que prefiere preservar su anonimato, nos confía: “Nosotros somos minoritarios en nuestro propio país, donde cohabitan cerca de doscientas nacionalidades. Esto puede traducirse en una sensación de estar rodeados, lo que provoca a su vez un endurecimiento identitario. Así se explica, por ejemplo, el debate sobre la lengua inglesa. Nosotros queremos seguir siendo diferentes de aquellos a quienes recurrimos para construir nuestro país. Empezar a hablar su idioma constituye un factor de homogeneización que atemoriza a muchos. También por eso nos ponemos tan firmes en el tema del traje nacional, que todo funcionario debe llevar obligatoriamente”.
Conscientes de este desafío identitario, numerosos expertos locales no ocultan su inquietud frente a la implacable lógica demográfica. Sea cual sea el guión económico adoptado, los emiratíes siempre necesitarán mano de obra exterior, y sobre todo, seguirán siendo minoritarios en su propia tierra, con la angustiante perspectiva de no representar más que el 10% de la población en 2020. Gameel Mohamed, investigador del Emirates College for Advanced Education, advierte: “Es urgente que realicemos un verdadero debate nacional sobre este asunto. Si no se hace nada, si no se aportan soluciones para reducir nuestra dependencia respecto de los trabajadores extranjeros, no debe excluirse la hipótesis de que los árabes del Golfo acaben siendo un día las poblaciones aborígenes de la región. Las ‘primeras naciones’, como los indígenas de América, a las que por su escaso número se les impondrán tradiciones y valores que nada tienen que ver con su herencia”.
Esta preocupación va siendo más compartida a medida que ciertas reivindicaciones provenientes de algunas comunidades extranjeras se van haciendo cada vez más insistentes. Por ejemplo, representantes indios del mundo de los negocios, instalados en Dubai y Abu Dhabi desde hace tres generaciones, reclaman periódicamente una extensión de la nacionalidad emiratí a los extranjeros nacidos en el territorio de los Emiratos. “Yo nací aquí y nunca pisé India, tierra de origen de mis padres. Considero que Dubai es mi ciudad y que los Emiratos son mi país, pero pueden expulsarme de un día para el otro. Eso no es justo”, testifica Nancy R. Natyam, joven consultora de comunicación.
La prensa local, en particular la anglófona, publica regularmente alegatos redactados por personas originarias del subcontinente indio, pero también por intelectuales anglosajones, a favor de una reforma de la muy severa legislación sobre las naturalizaciones. Las autoridades toleran esos reclamos, impensables diez años atrás, procedentes de comunidades mayoritariamente bien integradas a nivel económico, y cuya situación material contrasta con la de los contingentes de trabajadores temporarios “importados” por los requerimientos de las obras de construcción. 

Invasión de extranjeros 


Pero la hipotética naturalización masiva de ciudadanos extranjeros, en especial asiáticos, es firmemente rechazada por los dirigentes locales. Un alto jerarca de Abu Dhabi, para quien lo urgente es reducir la dependencia respecto de los trabajadores extranjeros, incitando a la juventud local a ponerse a trabajar, nos confía: “Terminaríamos diluidos, y eso sería el fin de la identidad emiratí”. Y ya que estamos, citemos las declaraciones de Majid Al-Alawi, ministro de Trabajo del vecino emirato de Bahrein, para quien “los trabajadores extranjeros representan para las poblaciones del Golfo un peligro mayor que la bomba atómica o un ataque israelí”.
Esta desconfianza vale también para los ciudadanos oriundos de otros países árabes. Es verdad que un puñado de ellos, en particular los palestinos presentes en la región desde 1948, consiguieron finalmente la preciosa nacionalidad, pero no dejan de ser una excepción. “Naturalizar a egipcios o magrebíes permitiría aumentar la población emiratí al tiempo que se preserva parte de nuestra identidad árabe y musulmana. No podremos hacer otra cosa si no queremos quedar sumergidos por las poblaciones del subcontinente indio”, analiza en privado un banquero de Dubai, al tiempo que reconoce el carácter muy hipotético de un proceso de ese tipo: las autoridades locales desconfiarían de esas poblaciones árabes susceptibles “de plantear reivindicaciones políticas una vez que hayan sido naturalizadas”.
Interrogadas sobre una hipotética falta de voluntad de integración de los extranjeros, las autoridades se defienden de toda xenofobia. “Nosotros no le mentimos a nadie. Toda persona que tenga competencias es bienvenida en los Emiratos Árabes Unidos, pero tiene que irse una vez terminado su contrato de trabajo. No podemos hacer como Francia o Canadá, donde basta residir algunos años para obtener la nacionalidad. Para nosotros, que no somos muchos, eso sería un caos”, se oye decir en el entorno del emir Khalifa Bin Zayid Al-Nahyan, presidente de la Federación.
El muy mediático jefe de Policía de Dubai, general Dhahi Khalfan Tamim, es una de las pocas personalidades que aborda este tema públicamente y sin pelos en la lengua. Según él, no se puede reivindicar la naturalización de cientos de miles de inmigrantes que residen en los Emiratos bajo pretexto de respetar los derechos de las personas. “¿Convertir a los emiratíes en una minoría permanente dentro de su propio país corresponde a los derechos humanos?”, pregunta cada vez que es interpelado sobre este tema. “Es cierto que los inmigrantes trabajaron activamente para la construcción de la infraestructura de los Emiratos. Pero el beneficio que sacaron de ello es aún mayor”, concluye Tamim.
En la primavera de 2009, durante un foro sobre la identidad nacional en Dubai, el general llegó a preguntarse en voz alta, en presencia de altos jerarcas del Estado Federal, si próximamente el candidato a la presidencia del país no iría a ser un indio… De ahí en más, esta muy mediatizada invectiva es citada cada vez que se aborda la cuestión de la identidad de los Emiratos Árabes Unidos y de su desequilibrio demográfico. Ella sintetiza muy bien la posición conservadora de las autoridades, y de buena parte de los emiratíes. Pero hasta el momento, no esboza ninguna solución respecto a uno de los desafíos mayores para un país que en diciembre de 2011 festejará sus cuarenta años de independencia. 
1 Los Emiratos Árabes Unidos son un Estado Federal compuesto por siete emiratos: Abu Dhabi, Dubai, Sarja, Fujaira, Ajmán, Ras el Jaima y Um el Kaiwain. La capital federal es Abu Dhabi.
2  Ibrahim Warde, “Dubai, crónica de una caída anunciada”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2010. 


*Periodista.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/entre-lengua-y-ciudadani