10 feb. 2011

Democracia morbosa

 ¿La política es “la causa más activa de alienación mental” o alguien se vuelve loco “porque no ha sido lo suficientemente fuerte como para soportar la influencia” de “la excitación política”? Es la pregunta que plantearon los miembros de la Sociedad Médico Psicológica cuando, el 6 de marzo de 1848, organizaron un debate sobre “la influencia de las conmociones políticas y sociales en el desarrollo de las enfermedades mentales”, unos días después de que el rey Louis Philippe abdicara y se proclamara la Segunda República.
Algunos meses más tarde, el alienista francés Alexandre Brierre de Boismont, realizó un balance clínico de las revueltas de 1848: “Casi todos los individuos que pertenecían al Partido Conservador tenían monomanías tristes, mientras que los que habían abrazado las ideas nuevas sufrían de manías o de monomanías alegres”. Y deja transparentar su inquietud: “Una considerable cantidad de individuos que se precipitaron sin pensarlo dos veces en las utopías de esa época, fiel reproducción de las locuras de la Antigüedad y del Medioevo, no son considerados locos y simplemente pasan por audaces innovadores. Ahora bien, como médico me resulta imposible olvidar los rostros, los gestos, las palabras de muchos de esos personajes que he observado en los clubes: ninguna diferencia los separaba de los huéspedes de nuestras casas, e incluso si hubo una ventaja fue a favor de nuestros enfermos, cuyos accesos de furia son infinitamente más escasos” (1).
Dos años después, la publicación en Berlín de la tesis del doctor Carl Theodor Groddeck, traducida al francés con el título De la Maladie démocratique, nouvelle espèce de folie (Germer-Baillière, París, 1850), prolongó el debate. Al comentar este trabajo, Brierre de Boismont cita las palabras de uno de sus amigos médicos, quien ubica a los revolucionarios en cinco categorías: “Los demagogos, los maníacos, los monomaníacos, los dementes y los idiotas” (2).
En 1863, el doctor Louis Bergeret presentó a sus colegas una memoria que reagrupaba diez casos de locura “causadas por la perturbación política y social de febrero de 1848” (3). Allí acusaba “a los malos periodistas y a los charlatanes políticos” y “los despropósitos nacidos de todas las sectas del socialismo, del comunismo, del fourierismo”, que son “herejías” que acreditan “la posibilidad de realizar en este mundo el sueño de la perfecta felicidad”. De diez casos, ocho conciernen a mujeres. El ratio no es neutro: los médicos sostenían entonces que las mujeres eran menos resistentes que los hombres debido a su constitución física y nerviosa. Por eso parecen ser las primeras en ceder a la locura si se perfila un desequilibrio, a fortiori pasional.
Así, Victorine U., quien “cumplía con la regularidad más perfecta todos sus deberes de esposa y de madre antes de las fatales circunstancias que vinieron a trastornar esta alma simple e ingenua” se exhibió como “Madre de la República” y buscó ir a París para liberar a los detenidos políticos Barbès, Blanqui, Louis Blanc, Raspail y Ledru-Rollin. Se declaró dispuesta a “sacrificar a sus hijos” para liquidar el “despotismo”. Louise N., hasta entonces “buena madre y hábil obrera” se volcó a la lectura de las “hojas políticas más apasionadas” hasta el punto de olvidar “completamente los deberes de su profesión y el cuidado de su familia”. Sus gestos eran “frenéticos, vociferaba con cólera y sus gritos salvajes habían alborotado a todo el vecindario”, gritos entre los cuales se distinguían las imprecaciones: “Basta de miseria, basta de explotación del hombre por el hombre, basta de ricos, basta de gendarmes. El hombre tiene que gobernarse a sí mismo”. Citemos además los casos de Gabrielle, “de temperamento nervioso, irritable, de carácter sombrío, salvaje, irascible”, o de Augustine, quien sufrió “una erotomanía que duró muchos meses” como consecuencia de la lectura de un poema de Lamartine.
Según Bergeret, estas mujeres estaban animadas de “una” pasión política responsable de su exaltación y de su alienación. El propósito del médico traduce aquí la obsesión de ver emerger el segundo sexo en la escena política. Aunque idealizadas en los rasgos de Marianne o glorificadas en figuras alegóricas de la Nación o de la República, las mujeres eran consideradas como eternas menores. Y si algunos pocos hombres estimaban, a la manera de Condorcet, que su pretendida “inferioridad” sólo se debía a su falta de educación, muchos son los que reducen a “la” mujer a un simple destino anatómico que cumple mediante la maternidad. A los hombres le corresponde el espacio público, y a las mujeres la esfera privada, invitándolas a permanecer en el seno de la familia. Cualquier mujer que abandonase el rol que le asignó se consideraría no sólo en peligro sino también peligrosa, ya que amenaza el equilibrio sexuado de la sociedad. Así, Bergeret se inquieta cuando ve que Victorine “se compenetró tanto con las ideas de Fourier que perdió la cabeza” hasta el punto de “salir vestida de hombre”.
Un artículo que publicó La Chronique médicale el 15 de octubre de 1897 hace remontar las primeras manifestaciones de locura de Théroigne de Méricourt, a quien la humillante paliza ante terceros había rebajado al estado de criatura desobediente, “a los primeros actos de su vida pública”: estuvo “medio loca antes de devenir totalmente loca. Loca de cuerpo, como decían nuestros padres y loca de mente”… Nada hay de asombroso en el esbozo, a propósito de las “pétroleuses” [“incendiarias”], de una teoría según la cual las mujeres sin control sufrirían el cambio por una sexualidad desbocada, que implica que el compromiso de su cuerpo en el hecho militante es también la pérdida “de sí” en el campo mental. Sean “harpías revolucionarias o harpías realistas, todas las mujeres son iguales cuando se meten en política” (4), señalaban en 1906 los doctores Augustin Cabanès y Lucien Nass.
En 1871, la Comuna fue la ocasión para que la Sociedad Médico Psicológica retomase los debates iniciados en 1848 acerca de la influencia de las revoluciones. El doctor Jean-Baptiste Laborde cuestionaba una “predisposición hereditaria” a la que las circunstancias otorgan “un relieve particular” (5). En 1871 Brierre de Boismont propuso el empleo de medios coercitivos para controlar los cuerpos, reservando de preferencia la “tensión mecánica” a los “locos demagógicos que son excesivamente peligrosos”, entre quienes ubica a los partidarios de la Comuna, “esos sectarios que quieren destruir la sociedad” y que “tienen sobre la familia, la propiedad, la individualidad, la libertad, la inteligencia, la constitución de nuestras sociedades, ideas tan opuestas a la naturaleza que sólo la locura puede explicar” (6).
En la pluma de muchos escritores y médicos, así como en los informes oficiales –en especial el del general Félix Appert de 1875– se dibujan partidarios de la Comuna con el cuerpo estigmatizado de imperfecciones nocivas, con rostros desfigurados de poseídos, con mujeres con el pecho descubierto remitidas a una bestialidad errante y desenfrenada.
A lo que es conveniente agregar que los doctores franceses estaban heridos en su amor propio por las publicaciones de sus colegas ingleses y alemanes, quienes temían un contagio popular con sólo atravesar las fronteras y que se preguntaban acerca de una especificidad del pueblo francés a abrazar las revoluciones. En Inglaterra, las caricaturas de James Gillray y de George Cruiksand ya habían trasmitido ampliamente la imagen de un sans-culotte famélico, fanático y sanguinario. Tras la Comuna aparecieron en la prensa londinense dibujos que comparaban los caracteres “irascibles” de los nacionalistas irlandeses con los partidarios de la Comuna. En la misma época, Carl Starck, un médico alemán, publicó un estudio sobre “La degeneración del pueblo francés, su carácter patológico, sus síntomas y esas causas”, donde incrimina “el orgullo y la presunción innatas de la nación francesa”, al “cerebro, de un peso inferior y organizado de manera especial de los franceses” (7).
Este conjunto de representaciones que dibujan la silueta del “insurrecto frenético” antes de que emerja la figura del “ciudadano paciente”, encuentra sorprendentes reminiscencias en los discursos contemporáneos, que en cada nuevo movimiento social fustigan una “Francia enferma”, “exaltada”, “esquizofrénica”, incluso “autista”. ?

1 Alexandre Brierre de Boismont, “Influence des derniers évènements sur le développement de la folie», L’Union médicale, París, 20-7-1848.
2 Annales médico-psychologiques, París, 1850, nº 2.
3 Annales d’hygiène publique et de médecine légale, París, 1863, serie 2, nº 20.
4 La névrose révolutionnaire, Société française d’imprimerie et de librairie, París, 1906.
5 Les hommes et les actes de l’Insurrection de Paris devant la psychologie morbide, Germer-Ballière, París, 1872.
6 Annales médico-psychologiques, París, 1871, nº 5-6.
7 IbidEdición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/democracia-morbosa