¿Revolución social en Kirguizistán?
Jue, 05/20/2010 Por Vicken Cheterian*
Un país estratégico de Asia Central
Refugiado en Bielorrusia tras el levantamiento popular que lo
derrocó, Kurmanbek Bakiev afirma seguir siendo el Presidente de
Kirguizistán. El gobierno interino, por su parte, anuncia una reforma
política y la realización de elecciones presidenciales y legislativas
para estabilizar al país.
Presentado hace apenas diez años como un “oasis de democracia” en el
corazón del Cáucaso, Kirguizistán se encuentra al borde de la implosión y
de la guerra civil. El 6 de abril último, indignados por la suba de los
precios de la energía y por la corrupción endémica en el más alto nivel
del Estado, los habitantes de la ciudad de Talas, en el noroeste del
país, salieron a las calles para expresar su cólera. Ese mismo día, se
apoderaron de los principales centros administrativos de la ciudad y
tomaron como rehenes al viceprimer ministro y al ministro del Interior.
Al día siguiente, la revuelta alcanzó Bishkek, la capital, donde 5.000
personas marcharon al Palacio Presidencial. Al término de una jornada de
enfrentamientos con las fuerzas del orden, se registraron 84 muertos y
miles de heridos.
Semejante ola de violencia constituye un fenómeno desconocido en un
país donde el hecho más trascendente hasta entonces había sido la muerte
de seis manifestantes en enfrentamientos con la policía en Aksy, en
2002. En un primer momento, el presidente Kurmanbek Bakiev se replegó en
el sur, en su feudo de Jalal-Abad, para intentar agrupar allí a sus
partidarios. Como la contra-manifestación que organizó en Osh, segunda
ciudad del país, apenas logró reunir a unos cientos de personas, el 15
de abril Bakiev abandonó Kirguizistán y actualmente se encuentra en
Bielorrusia.
Nadie puede predecir si el gobierno interino formado por la ex
ministra de Relaciones Exteriores Rosa Otunbayeva logrará retomar las
riendas del Estado y responder a las expectativas de una población cada
día más sumergida en la pobreza.
Deterioro social
La era Bakiev se presenta ya como un período de regresión en el
proceso de democratización del país. Al asumir el poder en 2005, con el
viento a favor de la “Revolución de los Tulipanes” que derrocó al
régimen del presidente Askar Akaiev, Bakiev había prometido democracia y
probidad. Sin embargo, no bien se hizo cargo de sus funciones, adoptó
prácticas represivas y dio muestras de la misma inclinación por el
nepotismo que su predecesor. Rápidamente adscribió a la llamada ley “de
la familia”, nombrando a sus familiares en puestos clave en los
servicios secretos o las embajadas, y se apoderó de las empresas
nacionales (1).
En Bishkek, la palabra “privatización” es hoy motivo de bromas,
sinónimo de apropiación de los bienes del Estado con fines personales.
La de las empresas públicas más lucrativas, en beneficio de Maxim
Bakiev, el hijo del Presidente, es uno de los ejemplos más reveladores
del sistema implementado en beneficio de un clan que no retrocede ante
ninguna exacción. Así, en los últimos meses, los partidos de oposición y
los medios de comunicación sufrieron persecuciones cada vez más
intensas por parte de las autoridades.
Todo se hizo, principalmente, para impedir la difusión de información
proveniente de Italia, relacionada con la detención del socio de Maxim
Bakiev, Yevgueni Gurevich, por colusión con la mafia y malversación de
fondos. En efecto, Gurevich habría estafado a varias empresas de
telecomunicaciones italianas por un monto de 2.000 millones de euros
(2).
Los métodos empleados por la familia Bakiev para acallar las
críticas, en éste y otros casos, no dejan de recordar aquellos
utilizados por los clanes mafiosos. En 2006, el dirigente de la
oposición kirguís Omurbek Tekebayev fue detenido en el aeropuerto de
Varsovia: se le encontró heroína en sus valijas. No fue necesario mucho
tiempo para descubrir que se trataba de una operación montada por los
servicios secretos kirguises, dirigidos entonces por Zhanibek Bakiev, el
hermano del Presidente. En diciembre de 2009, el periodista Genadi
Pavliuk fue arrojado desde lo alto de un edificio de Almaty, en
Kazajstán. La oposición sospechó entonces fuertemente de los servicios
secretos.
El agravamiento de las dificultades sociales constituye el otro
factor que desencadenó el derrocamiento del régimen. Las ganancias
obtenidas de la explotación de las minas de oro de Kumtor, principal
fuente de ingresos por exportación del país, caen, mientras que la parte
de la renta proveniente de los expatriados que viven en Rusia (un
tercio de las fuerzas vivas del país) se reduce considerablemente desde
la crisis económica y financiera desatada en septiembre de 2008. Según
las cifras del Banco Mundial (3), la deuda externa kirguís ascendería a
2.200 millones de euros, es decir, un 48% del Producto Interno Bruto; el
40% de la población viviría actualmente por debajo de la línea de
pobreza y el salario mensual promedio no superaría los 50 euros. Edil
Baisalov, uno de los voceros del gobierno interino, anunció
recientemente la quiebra del país; las arcas del Estado apenas contienen
986 millones de soms, es decir, 16 millones de euros (4).
Bases militares
La mayoría de los observadores internacionales percibieron estos
hechos como el resultado de una lucha de poder entre Washington y Moscú.
En efecto, Kirguizistán es el único país en cuyo territorio conviven
bases militares estadounidenses y rusas. Aunque el papel que se le
atribuye al Kremlin parece exagerado, el reconocimiento inmediato del
gobierno interino indica cuán satisfecho parece Moscú con la partida del
presidente Bakiev. Las relaciones se habían deteriorado luego de la
firma, en febrero de 2009, de un acuerdo de ayuda económica de 2.100
millones de dólares en favor de Kirguizistán. Durante su visita a Rusia,
el presidente Bakiev había anunciado el cierre inminente de las
instalaciones estadounidenses. Lo que no le impidió, luego de recibir un
cuarto de la suma prometida, celebrar con Washington un nuevo acuerdo
que preveía el mantenimiento de la base… Esa afrenta llevó a Moscú a
suspender su ayuda.
Si el Kremlin está satisfecho con el “cambio de régimen” en Bishkek,
Washington parece más desconcertado. La base aérea de Manas es en efecto
un elemento clave de la estrategia de Estados Unidos y de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán.
Además del desafío político que representa su mantenimiento, se
encuentra también en el centro de un caso de corrupción. Con el fin de
conservar sus posiciones en la región, el Pentágono habría celebrado
acuerdos con la “familia”, tal como ya había sucedido en los tiempos del
presidente Akaiev, pero reservando esta vez los contratos más
lucrativos para Maxim Bakiev (5).
Las mayores ganancias se habrían obtenido con la reventa a Estados
Unidos, y a precio de mercado, del combustible para consumo interno
comprado en Rusia a una tarifa preferencial. El 1º de abril, Moscú
exigió a Kirguizistán que pagara impuestos a la venta de energía,
justificando este cambio de actitud con la imposición de nuevas
reglamentaciones aduaneras sobre el combustible reexportado hacia
terceros países. El gobierno interino exige hoy una investigación sobre
el escándalo del combustible de Manas (6). Al tratar con el clan Bakiev a
fin de preservar sus posiciones en la región, Washington decidió hacer
la vista gorda sobre las promesas incumplidas de democratización, pero
también sobre las cuestiones de transparencia.
Fue al sumarse a la oposición, en la primavera boreal de 2005, luego
de que el presidente Akaiev le negara el derecho a competir para un
cargo electivo, que Otunbayeva apareció por primera vez como una pieza
clave del tablero político regional. Egresada de las mejores escuelas
del antiguo bloque del Este, hizo carrera en el seno de Ministerio de
Relaciones Exteriores soviético antes de ser designada ministra de
Relaciones Exteriores de la joven República kirguís tras la caída de la
Unión Soviética. En 2004, se encontraba en Georgia como representante
especial de las Naciones Unidas durante la “Revolución de las Rosas” y,
el 24 de marzo de 2005, día de la caída del régimen de Akaiev,
manifestaba junto a Bakiev.
Sin embargo, apenas un año después de la “Revolución de los
Tulipanes” expresaba su insatisfacción frente a un público de jóvenes
militantes provenientes de todo el país: “Nada cambió. El régimen de
Akaiev sigue presente”. Y lamentaba: “Somos un país en eterna
transición. Los ciudadanos no ven ninguna diferencia entre el poder y la
oposición”. Sin embargo, se mostraba decidida y llena de esperanza:
“Hay mucho por hacer para extender el campo de la democracia. Es el
momento de crear partidos políticos”. Al respecto, Otunbayeva no
disimulaba su impaciencia con relación a los países occidentales, y
particularmente frente a la indiferencia de Europa: “Lo único que hacen
es otorgar microcréditos, cuando tenemos una enorme necesidad de
construir un sistema político multipartidario”.
Nuevos movimientos sociales
Los acontecimientos de abril revelan una vez más la fragilidad del
Estado kirguís. En 2005, manifestaciones que no habían reunido más de
10.000 a 15.000 personas habían bastado para derrocar al gobierno en un
día. El presidente Akaiev, que tenía una reputación de autócrata
iluminado, no había creído necesario dotarse de un arsenal represivo.
Las fuerzas del orden de Bakiev no dudaron en abrir fuego contra la
multitud; no obstante, el régimen también cayó. La gran cantidad de
víctimas no augura nada bueno y refleja el alto nivel de tensión en un
país que hace poco se jactaba de ser la Suiza de Asia Central.
Formar un gobierno y estabilizar la situación no será fácil en un
contexto político donde los partidos tienen tantos jefes como
militantes. Otunbayeva y su equipo deben volver a empezar. Tendrán que
promulgar una nueva Constitución, crear administraciones eficaces e
instalar un Parlamento, aunque el sistema multipartidario todavía no
haya sido instaurado. Todo ello en un contexto económico muy
preocupante. El peso de la deuda no deja de incrementarse y los
principales aliados de Kirguizistán, como Rusia, tienen también grandes
dificultades. ¿Puede un reformista, a fuerza de puro voluntarismo y en
plena recesión económica, lograr una transición hacia un Estado
democrático, cuando no posee ni sus instituciones ni su cultura?
También existe el enorme temor de una escisión regional. Una inmensa
barrera montañosa, con pasos de más de 3.000 metros de altura, separa
los principales polos urbanos, Bishkek al norte y Osh al sur. Nacida en
las ciudades del sur, la “Revolución de los Tulipanes” había derrocado
al presidente Akaiev, oriundo del norte. Los recientes acontecimientos
en las ciudades del norte pudieron más que el régimen de Bakiev, oriundo
del sur. La división norte-sur es una realidad tanto política como
geográfica.
Sin embargo, el mosaico de componentes regionales, clánicos o étnicos
que conforma la nación parece demasiado fragmentado como para permitir
la constitución de verdaderos bloques políticos, como por ejemplo en
Ucrania durante la “Revolución Naranja”.
Con el trasfondo de la crisis económica mundial y el fracaso de las
políticas liberales de la era postsoviética, los acontecimientos de
Kirguizistán marcan el retorno masivo de las preocupaciones de orden
social en las repúblicas de Asia Central. En 1992, cuando los dirigentes
de la nueva Federación de Rusia iniciaron su giro liberal, redujeron
los subsidios públicos y realizaron privatizaciones masivas, temían una
violenta reacción popular. Sin embargo, la liberalización de los precios
y su impacto desastroso en las condiciones de vida de las poblaciones
no dieron lugar entonces a ningún levantamiento.
Las principales crisis que sacudieron la región en las dos últimas
décadas tenían como objetivo reivindicaciones políticas o étnicas, y
denunciaban a menudo manipulaciones electorales o hechos de corrupción.
En Talas y Bishkek, fue la suba del precio de la energía lo que lanzó a
la población a las calles. La nueva revolución kirguís podría
efectivamente entrar en la historia como el primer movimiento social de
la era postsoviética. n
1 “Inevitable family rule in Kyrgyzstan”, Ferghana.ru, 6-11-09.2 “Kyrgyzstan: Is the financial consultant of Bakiev’s family the associate of Italian mafia?”, Ferghana.ru, 10-3-10.
3 www.worldbank.org.kg
4 Matt Siegel, “Economy in tatters, Kyrgyzstan awaits Russian aid”, Agence France Presse, Bishkek, 11-4-10.
5 Maxim Bakiev obtuvo 6 millones de euros por mes vendiendo combustible a la base aérea de Manas; Andrew E. Kramer, “Fuel Sales to U.S. at issue in Kyrgyzstan”, The New York Times, 11-4-10.
6 Alan Cullison, Kadyr Toktogulov y Yochi Dreazen, “Kyrgyz Leaders say U.S. Enriched Regime”, The Wall Street Journal, Nueva York, 11-4-10.
*Periodista, autor de War and Peace in the Caucasus, Hurst/Columbia
University Press, Nueva York, 2009.
Biskek, capital de Kirguistán.
Kirguistán, monumento a la victoria de la Segunda Guerra Mundial (8
de mayo 1945).
Las arcas del Estado apenas contienen 986 millones de soms, es decir,
16 millones de euros.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/%C2%BFrevoluci%C3%B3n-social-en-kirguizistan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Agredesco desde ya tú valioso aporte... Muchas gracias....
JLRF