Las trampas de la diversidad
Por Maurice Lemoine*
Rutas, puentes, electrificación y… Pacha Mama
En períodos de crisis o de desarrollo, el poder de la memoria y de la solidaridad de las comunidades les confieren una capacidad de cohesión que los instrumentos de acción política tradicional no les proveen. Pero en la medida en que estos movimientos se repliegan cada vez más sobre sí mismos, sobre diversidades crecientemente numerosas, específicas y estrechas, contribuyen a desagregar el cuerpo social y a instaurar competencias y divisiones entre los dominados, ocultando las categorías existentes –como la de clase–. En América Latina, los movimientos indigenistas exponen claramente esta dicotomía.
“Vivimos en mundos separados. Ellos viven en Bolivia, nosotros en el
Collasuyo” (1). Constantino Lima, un hombre encantador, por cierto,
dirigente del Movimiento Indígena Tupac Katari (Mitka), lanza duras
imprecaciones contra los Q’aras –los blancos– de La Paz. “La Madre
Tierra, la Pacha Mama, les dio Europa; reservó África para los
africanos, Asia para los asiáticos y, para nosotros, Bolivia. De acuerdo
con la propuesta de nuestra ley ‘reconstitutiva’, hay que aplicar la
pena capital a todos los europeos que, con la invasión, cometieron el
más grande delito de la humanidad. Seguramente, es un poco duro, pero es
el espíritu de nuestra propuesta” (2). Por otra parte… “Nosotros, los
indios, somos mayoría. ¿Cómo vamos a integrarnos a la minoría?”. En
suma, al igual que un puñado de indianistas radicales, Constantino Lima
pretende restaurar una soberanía indígena sobre los territorios del
antiguo imperio inca. La edad de oro durante la cual los autóctonos
reinaban, en armonía, sobre las Américas (tierras que, nadie ignora, no
se llamaban así).
La ilusión de la armonía perfecta
¿En armonía? En 1519, cuando se levanta el telón sobre el escenario
transatlántico, el Imperio Azteca está controlando lo que más tarde será
México. Surgen los conquistadores. ¡Artillería aterradora, mosquetes,
espadas de Toledo, caballos, bestias monstruosas, con crines, sin
cuernos, de cola larga! Demasiado poco, después de todo, para apoderarse
de un continente. Salvo que… para romper con la dominación del
emperador Moctezuma, el cacique de los totonacos ofrece cuatrocientos
hombres para apoyar a la tropa de Hernán Cortés. Por las mismas razones,
Tlaxcala provee de cien mil refuerzos a la infantería del conquistador.
Más al sur, en lo que será Guatemala, Pedro de Alvarado se alía con los
cakchiqueles, en conflicto con los quichés. Más al sur todavía, en las
alturas de los Andes, desde donde Cusco parece dominar el mundo,
Francisco Pizarro aprovecha las luchas intestinas que desgarran el
Imperio Inca; recibe el concurso de los kanarrs, los chachapoyas, los
wankas y muchos otros, para terminar con ese Estado teocrático y dar
muerte a Atahualpa.
Trágicas alianzas, sombría desunión. Es el fin. El infierno,
sostenido por la espada, la Cruz, los monjes predicadores y las bulas
papales, desencadena todos los horrores a la vez. El indígena es
vencido, perseguido y sometido al hambre. La esclavitud, el trabajo
forzado en las minas, el trabajo pesado en los campos son sistemas de
producción ventajosos.
Tiempo después, mientras América parece erigir repúblicas, los
autóctonos son sobrevivientes. Con todo lo que ello implica de
resistencia, de revueltas, de tenacidad. Hastiados… la independencia los
mantiene en su condición de no ciudadanos; el proyecto político
nacional implica, en el mejor de los casos, su asimilación forzada. Más
allá de los discursos “integradores”, llenos o no de buenas intenciones,
blancos y mestizos se arrogan la autoridad máxima sobre la política, la
economía, la industria, el comercio, los servicios de Estado.
Tratados como minorías, cualquiera sea su peso demográfico (3), los
indios juntan criterios objetivos (tratados culturales, organización
comunitaria, apego a un territorio) y subjetivos (sentimiento de
pertenencia) para resistir. Se encuentran afirmados en su identidad, sin
por ello dejarse confinar a ella sistemáticamente.
“Debemos estar unidos con los movimientos populares, estudiantiles,
sindicales”, insiste en 1992 la mapuche chilena Ana Yavo, en ocasión de
la campaña continental “Quinientos años de resistencia india, negra y
popular” (4). Ella conoció bien a cierto… Augusto Pinochet. Dos años más
tarde, los zapatistas, que surgen de Chiapas, machacan metódicamente:
“Nuestra marcha armada de esperanza no es contra el mestizo; es contra
la raza del dinero. No es contra un color de piel, sino contra el color
del dinero (…) por los indígenas luchamos. Pero no solamente por ellos.
Luchamos igualmente (…) por todos aquellos que tienen por presente la
pobreza y por futuro la dignidad” (5).
Etnicidad y alianzas amplias
India en su origen, la América llamada “Latina” es hoy
mayoritariamente mestiza. Y aunque es verdad que los autóctonos son
marginados más que todos los demás, millones de no indígenas ven también
cómo se les cierran las puertas del progreso social, de la educación,
de la ciudadanía.
Por otra parte, el proceso de mestizaje ha progresado tanto que a
menudo es imposible trazar la frontera entre unos y otros. “Vivan en la
selva, en los campos o en la ciudad –apunta el sociólogo Yvon Le Bot–,
[los indígenas] se insertan en sociedades abiertas, en contacto con
poblaciones diversas, inscriptos en dinámicas nacionales e
internacionales” (6).
La unión entre organizaciones indias y organizaciones populares sigue
siendo, en el seno de los movimientos autóctonos, objeto de un debate
permanente. Mientras unos preconizan una integración a la nación en el
respeto de las diferencias, los otros defienden un autodesarrollo
fundado sobre la etnicidad. Desde los 60 hasta los 80, prevalecen los
primeros. Las movilizaciones indígenas se inscriben en lo esencial en el
marco de las luchas campesinas y, más generalmente, del movimiento
popular (7). Pero, a menudo desembocan en un callejón sin salida, y
llevan a los indios a replegarse sobre sí mismos.
La aceleración de la globalización, al inducir a una fragmentación de
los principales actores sociales, traerá aparejado un cambio en la
situación. La fatiga o el descrédito de los partidos políticos, el
retroceso de una izquierda debilitada, la inexistencia de proyectos de
sociedad alternativos favorecen la reafirmación cultural, local o
regional. Menos desestructurados que los otros por el hecho de sus modos
de organización tradicionales, los indios entran en una dinámica de
movilización social hasta entonces desconocida. De rebelión en rebelión
–duramente reprimidas–, defienden la nación frente al mercado
globalizado, y hacen avanzar al conjunto de la sociedad (aunque la
recíproca no sea siempre verdad).
En realidad fue la Confederación de Nacionalidades Indígenas de
Ecuador (Conaie) la que provocó, en su país, la caída de los presidentes
Abdallah Bucaram (1997), Jamil Mahuad (1999) y Lucio Gutiérrez (2005).
En Bolivia, la “guerra del agua” y después la “guerra del gas” reúnen
reclamos indios y reivindicaciones generales; estas luchas acaban con el
gobierno del neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada (2003). La misma
suerte será reservada a su sucesor Carlos Mesa (2005) y desembocará en
la elección del primer jefe de Estado indio de América del Sur, Evo
Morales. De manera simbólica, Morales es entronizado por la autoridad
tradicional, sobre el sitio arqueológico de Tiwanaku, y recién un día
más tarde prestará juramento ante el Congreso. Sin embargo, a diferencia
del “hermano enemigo” al que venció, el indianista radical Felipe
Quispe, Morales, aunque se apoya sobre una base mayoritariamente
indígena, cuenta con los sectores urbanos, las corporaciones, las
cooperativas, los jubilados, las legiones de mestizos que profesan un
discurso de acento “nacional”.
En el extranjero, sociólogos, etnólogos, periodistas, asociaciones
humanitarias o ecologistas, todos los que quieren fijar al indio en un
imaginario exótico y pretenden fosilizar su identidad, ven con malos
ojos estos intentos de acercamiento, a menudo difíciles, cargados de
incomprensión recíproca, pero también de éxitos y progresos. Para estos
nostálgicos de la pureza, “parece que han perdido el orgullo de ser
indígenas, renuncian a su diversidad y buscan integrarse” (8). “Por
consiguiente –estima otro– las comunidades autóctonas deben luchar
constantemente para conservar su especificidad y prestar atención
también a que sus actitudes no sean asimiladas a las de los otros” (9).
En Bolivia, Quispe –el malku (“cóndor” en aymara)– sigue enojado.
“Nosotros hablamos de una nación que quiere la autodeterminación.
Queremos fundar la República de Collasuyo, con nuestros propios
dirigentes, nuestra policía y nuestras fuerzas armadas”. Pero su idea
del nacionalismo aymara no incluía movilizar al conjunto de las
poblaciones indias en el momento de las elecciones. En Ecuador, en 2006,
a pesar de sus méritos personales, el líder histórico de la Conaie,
Luis Macas, al presentarse contra el otro candidato (mestizo) de
izquierda Rafael Correa, fue rechazado por sus bases, que no lo
gratificaron más que con el 2% de los votos. ¿Hay que afligirse?
Indigenismo, racismo
Ser indígena no pone al abrigo de fluctuaciones integristas, racistas
o conservadoras (no hablamos aquí de Macas). En 1993, Bolivia lleva a
la vicepresidencia al máximo exponente de una fracción del katarismo
(10), Víctor Hugo Cárdenas. Por un lado, este aymara promete una reforma
de la Constitución que reconozca el carácter “multiétnico y
multicultural” del país. Por el otro, aprueba la política ultraliberal
del presidente Sánchez de Lozada (entonces en su primer mandato) que
deja a los indios (y a los otros) en la agonía. En Perú, Alejandro
Toledo, que se define como un cholo (11), utiliza este argumento para
hacerse elegir (2001), para después abandonar el país a los expertos del
Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, que ven allí
un campo de juego atractivo.
En particular sintonía con el modelo neoliberal, la sobrevaloración
del espacio comunitario está cargada de ambigüedades. El Banco Mundial
no se equivoca cuando desde 2004 instituye, directamente con las
comunidades, un fondo global para los pueblos autóctonos, que financia
proyectos modestos (un dominio sobre lo local, en cooperación con el
sector privado y que excluye al Estado).
Bajo la presión –legítima– de los movimientos indígenas, la casi
totalidad de los países latinoamericanos adoptaron nuevas constituciones
que reconocen el carácter pluriétnico y multicultural de la nación. En
algunos casos, otorgan derechos específicos a los indios (o
afrodescendientes). En efecto, aunque ningún movimiento indígena reclama
la independencia, muchos (en particular, en la llanura amazónica)
reivindican el derecho a la autodeterminación y el ejercicio de su
soberanía sobre sus territorios. Casi todos los Estados que les conceden
una forma de autonomía lo hacen avanzando con mucha cautela.
Las montañas, las cascadas majestuosas, los precipicios vertiginosos,
los relámpagos, el trueno y después la lluvia… La Madre Tierra, la
Pacha Mama. Una armonía en sintonía con el cosmos, la cosmovisión. En
general, los amerindios tienen una forma de pensamiento, una visión del
mundo mucho más respetuosa del entorno que las sociedades
occidentalizadas. Saben que toda degradación del medio afecta
inevitablemente sus condiciones de vida. ¿Qué cosa más legítima, a
partir de allí, que oponerse a las incursiones de las multinacionales
que destruyen los bosques, las sabanas, los pantanos, envenenan las
aguas y las tierras con sus productos químicos y sus desechos tóxicos,
que pretenden la aplicación de patentes biológicas? ¿Qué hay de menos
discutible que reclamar una participación en la elaboración, la
ejecución y el control de las políticas públicas?
Sin embargo, el territorio, autónomo o no, continúa formando parte
del Estado nacional, muy puntilloso de sus prerrogativas cuando se trata
de explotar sus recursos naturales, los hidrocarburos en particular. Y,
en el marco de políticas actualmente en práctica en varios países
(Bolivia, Ecuador, Venezuela), a través de las nacionalizaciones, se
afectan con ello los dividendos en provecho de un proyecto colectivo.
Esto es objeto de conflictos permanentes y no exentos de
contradicciones. Pues “los mismos que defienden a su manera un mayor
control sobre sus recursos o el reconocimiento de sus formas de
organización ‘tradicionales’ no dudan en reclamar una mayor intervención
del Estado” (12), pidiendo como cualquiera, el acceso a los bienes y a
los servicios –agua potable, rutas, escuelas, puestos sanitarios, etc.–
que hay que financiar inevitablemente. Paradojalmente, sin duda, los
indios amazónicos de Ecuador deben su supervivencia a los hidrocarburos.
En efecto, la bonanza petrolera de los años 70 y 80 alivió la presión
sobre la tierra, en los Andes, gracias a los empleos que creó en la
construcción urbana, que frenó los flujos migratorios hacia la selva.
Región en la cual se puede ver a indígenas con discurso étnico muy
radicalizado que vigilan su ganado sobre motos todo terreno.
Hay peligros porque el espacio ancestral se considera como intocable
por el “extranjero” y porque se denuncia toda intrusión como un
atentado contra la “identidad”… En 2008, en Santa Cruz (Bolivia), feudo
de la oposición “blanca” a Morales, en las oficinas de la Prefectura
del casi “secesionista” Rubén Costas, Ignacio Urapuka, diputado nacional
indígena guarayo, se queja: “El Presidente quiere imponernos, en el
Oriente, a los hermanos quechuas y aymaras. Cuando llegan comienzan por
desbrozar la selva, sin consideración por la Madre Naturaleza. No
estamos de acuerdo, los territorios son nuestros”. Reacción de Adolfo
Chávez, presidente de la Confederación de los Pueblos Indígenas de
Amazonia, Chaco y Oriente (34 pueblos): “La oposición recupera a los
hermanos que traicionaron al movimiento indígena, que vendieron sus
tierras a los empresarios. En recompensa, trabajan en la Prefectura,
desde donde apoyan al partido que causó grandes daños al país”.
Contradicciones, controversias
En Venezuela, reconociendo una deuda histórica, el presidente Hugo
Chávez introdujo la idea del indio como fuente de identidad nacional.
Bajo la égida de un Ministerio del Poder Popular para los Pueblos y
Comunidades Indígenas creado en 2006 y con las dificultades inherentes a
ese tipo de proyecto, se emprendió una demarcación de las tierras para
devolver a los nativos lo que les pertenece. Pero, en Karañakal, en la
Sierra de Perija, en territorio bari, un pequeño grupo de jíbaros llegó
para instalarse. “El Presidente dice que debemos cohabitar con los otros
indígenas”, se enfurece Rufino Alawaiku, el cacique del lugar.
“Nosotros no queremos. Si Bari no quiere vivir con nadie, debemos
respetar su decisión.” El nacionalismo étnico puede ser también
particularmente aborrecible. Y el camino del infierno estar sembrado de
buenas intenciones.
Las bocas se crispan por la rabia silenciosa –y el odio de los
indios– cuando, en Uruará (Brasil), en los años 80, se pretende
expulsar a dos mil pequeños campesinos, eternos desposeídos llegados con
la carretera transamazónica, para delimitar una reserva de 800.000
hectáreas destinada a un grupo indígena arara de… cuarenta y dos
personas, que se acaba de descubrir en la selva. En Chiapas, la decisión
tomada en 1972 por el gobierno mejicano de atribuir 600.000 hectáreas a
la comunidad lacandona –representada por sesenta y seis jefes de
familia– es una burla que provoca un conflicto entre estos y los
indígenas zapatistas.
Estos últimos, por cierto confrontados al rechazo del poder al
diálogo, y a difíciles relaciones con el “mundo político” (derecha e
izquierda indistintas) pueden también ver reprochar su propio
sectarismo. Invitado a ir a La Paz para la ceremonia de la asunción
“histórica” a la Presidencia de un indio proveniente de las luchas –Evo
Morales–, el subcomandante Marcos respondió secamente: “Nuestra idea no
es frecuentar las cimas sino mirar hacia abajo. No es nuestro estilo
frecuentar a los grandes líderes. Pensamos que es el conjunto del pueblo
el que debe ejercer el poder, no una sola persona” (13). Arte y manera
de aislarse completamente.
En Bolivia, donde el Presidente afirma su voluntad de ruptura con los
años neoliberales mientras desmantela el “colonialismo interno” –una
suerte de “nacionalismo indianizado” (14)–, la nueva organización
territorial basada en el reconocimiento de cuatro tipos de autonomía
(departamental, regional, municipal e indígena), no subordinadas entre
ellas y con el mismo rango constitucional, suscita muchas cuestiones:
cómo se articularán, por ejemplo, justicia comunitaria y justicia
ordinaria. Pues detrás de los “usos y costumbres”, “la democracia
indígena puede esconder formas autoritarias ejercidas por una
gerontocracia deseosa de mantener su poder, o estar instrumentada por
actores externos” (15).
En este momento, en Guatemala, los indios siguen soportando un
verdadero apartheid. La quiché Rigoberta Menchú recibió el Premio Nobel
de la Paz en 1992 pero, desde entonces, fue embajadora especial de la
presidencia del neoliberal Oscar Berger. Chile sigue utilizando las
leyes antiterroristas de Pinochet para reprimir a los mapuches. En
Venezuela, Héctor Eduardo Okbo Asokma, cacique bari de Saimadoyi, navega
entre dos aguas: “Por una parte, queremos la electrificación, una ruta
verdadera, con puentes y todo eso. Las técnicas de los criollos y
nuestra cultura. Pero no queremos abandonar nuestras costumbres. Creemos
en las dos”. En Ecuador, en marzo, apoyada por los ecologistas, la
dirección de la Conaie declara la guerra al presidente Correa –a quien
sus bases llevaron al poder–. En el centro de la disputa: la explotación
minera, la búsqueda del petróleo y la administración del agua. Sin
embargo, según el analista político Pedro Saad, “los dirigentes de la
Conaie no serán seguidos por los indígenas en su llamado a la rebelión”
(16). A diferencia de los “amazónicos”, la mayoría, que vive en las
tierras altas –la Sierra– continúa apoyando al jefe de Estado,
preocupados ante todo en resolver sus difíciles problemas de
supervivencia.
Aunque la dinámica identitaria haya permitido incontestablemente una
resistencia tan larga como la historia del Nuevo Mundo, tiene sus
límites. En este sentido, oponiéndose a la idea del indígena
“auténtico”, “la indianidad exhibe una forma socialmente mestiza que
reenvía no a una definición biológica, sino a una forma vaga que
evoluciona al capricho de las situaciones y de los actores que se
apropian de ella, y cuya existencia no vale, en cierta manera, sino en
relación con los discursos que se tienen sobre ella y con el valor que
se les otorga” (17). n
1 Nombre de la región del Imperio Inca que se extendía por lo que
actualmente es el oeste de Bolivia, parte del sur de Perú y el norte de
Argentina y Chile.2 Todas las citas no documentadas fueron recogidas en el transcurso de entrevistas.
3 Alrededor de 45 millones de indígenas representan cerca de un décimo de la población total de América Latina. Los países más indios son Guatemala, Bolivia, Ecuador y Perú; en México son los más numerosos (alrededor de 10 millones) y en Bolivia representan el más alto porcentaje (62%).
4 Campaña llevada a cabo por iniciativa de las organizaciones indígenas para protestar contra las conmemoraciones del Quinto Centenario del “Descubrimiento” de América.
5 Comunicado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el 12 de octubre de 1994.
6 Yvon Le Bot, La grande révolte indienne, Robert Laffont, París, 2009.
7 Algunos, en Colombia y en Guatemala, incluso se unirán a las guerrillas.
8 Giulio Girardi, en Jean-Claude Fritz y otros (directores), La nouvelle question indigéne. Peuples autochtones et ordre mundial, L’Harmattan, París, 2005.
9 Philippe Jeannin-Daubigney, ibid.
10 Movimiento así llamado en referencia a Tupac Katari, jefe de una rebelión anticolonial en el siglo xviii.
11 Indígena urbano.
12 Christian Gros en “Politiques et paradoxes de l’ethnicité”, Problèmes d’Amérique latine, Nº 48, París, primavera boreal de 2003.
13 John Ross, Zapatistas!, Nation Books, Nueva York, 2006.
14 “La Bolivie d’Evo. Démocratie, indianiste et socialiste?”, Alternatives sud, Centre tricontinental et Syllepse, Lovaina-París, 2009.
15 Christian Gros, op. cit.
16 El Pueblo, Quito, 13-3-10.
17 Christian Gros, op. cit.
*Jefe de Redacción de Le Monde diplomatique, París.
Edición de Luz & Sombras. Fuente original:_ http://www.eldiplo.com.pe/las-trampas-de-la-diversidad
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